EL ABRAZO Y EL SER

 


Hace exactamente un año impartía mi taller “EL ARTE DE LEER ACARICIANDO” y nada parecía alterar la magia y el despertar de una comprensión que siempre había estado allí, pero parecía que recién descubríamos.

Luego, 2020.

Refugiarnos en los adentros, no salir, no abrazar, no tocar, distancia social.

Creí entender que esto venía a poner un largo paréntesis en mí anhelado proyecto de la LIBROSCOPIERÍA y mis libros tejidos, con toda la intención del aprendizaje valorado desde el tacto: HAPTICA.

Ocurrieron desandares, incertidumbres y también alegrías en el elegir mirar con otra mirada, e incluso tocar con otra intención… y entonces amanecí una mañana con la certeza de que mis bellos libros eran más que necesarios en un mundo que se había obligado a no acariciar o abrazar.

Hemos leído notas sobre los efectos psicológicos de no tocarnos, hemos escuchado a médicos que nos recuerdan que debemos cuidarnos pero que también es vital el abrazo; y entonces los recientes avances en la ciencia del TACTO encienden un semáforo amarillo (por ahora) en el descubrir que la falta de contacto físico, debilita nuestro sistema inmunológico a punto tal de derivar en un hecho llamado “hambre de piel”, nombre dado al síndrome neurológico que se produce ante la falta de abrazos, caricias o incluso roces.

Las investigaciones sobre el sentido del tacto no comenzaron con la pandemia, a mediados del siglo XX el psicólogo estadounidense Harry Harlow realizó experimentos con monos, donde las crías priorizaban el contacto físico sobre el alimento; también el proyecto “Madre canguro” realizado en la década del ´70 por médicos colombianos, se basaba en el contacto de “piel con piel”. El Instituto de Investigación del Tacto, de la Universidad de Miami, realizó experiencias con adultos mayores en situación de aislamiento o soledad, en los cuales se comprobó el debilitamiento de sus sistemas inmunológicos por la falta de contacto físico y la aparición de síntomas de depresión.

Podríamos citar varios cientos de casos de instituciones que al día de hoy se ocupan de este estudio, pero esta breve nota, solo pretende poner un manto de luz sobre ese semáforo amarillo que podrá cambiar a rojo en un tiempo que aún no vislumbramos. Los efectos de lo que estamos viviendo, aún son leves, todo lo referido a las implicancias a largo tiempo, son incomprensibles desde este hoy, y seguramente un libro tejido no solucionará la incertidumbre de esta “nueva normalidad”, pero sí podemos auto explorarnos y acariciarnos con una historia que nos llegue desde la caricia de un estambre tibio o la textura de una palabra bordada con hilos de amor y mansedumbre.

Hoy, más que nunca el mensaje que recibo y entiendo, me habla de ese tiempo de Pitakuy del que hablaban las makis tejedoras… tiempo de tejerse, tiempo de abrazar el tiempo y saber que hay allí más aprendizaje del que jamás imaginamos poseer.




(Tierras altas de la Cordillera, cuarta luna nueva – La cueva o el Machay)

Entrar al mundo maki a través de la cueva, podría ser una experiencia larga y profunda, sin embargo y sin dudarlo, la mejor de todas.

Las makis hilanderas o kusi kusi, maki araña, se reúnen en un ritual único que se realiza  al finalizar el tiempo de carnaval,  ellas ingresan al MACHAY o cueva de la vida, donde  celebran el tiempo del Pitakuy (tiempo de “tejerse”), un momento maravilloso en el que se reúnen con Amauta, el sabio, para elegir las lanas y las semillas que cobijarán y alimentarán la comunidad al año siguiente.

Hubo un tiempo en que varias semillas brotaron al calor de aquella cueva y de todas ellas, una se convirtió en un pequeño árbol de estrellas; era extraño verlas madurar en ese estado, pero cada vez que una se desprendía, volaba al techo de la cueva. Así aquella caverna se fue convirtiendo en un pequeño mundo al que todos anhelaban entrar.

Un resplandor único habitaba aquel lugar y había que estar dispuesto y sumiso para poder quedarse y aprender todo lo nuevo. A pesar de eso, un atardecer apareció frente a su entrada un árbol caído, agonizante. El árbol de las estrellas que habitaba dentro de la cueva supo que debía hacer algo, así que con un gran esfuerzo logró sacar sus raíces de ese suelo seguro, y lentamente se acercó a aquel ser que había caído a pocos metros.

De esta historia he recopilado muchas versiones… algunos hablan del momento preciso en que los árboles se transformaron en caminadores; otros, de los cambios amorosos que pueden darse dentro de la cueva, sin embargo unos pocos reconocen que todo lo que allí ocurre es trascendente y vital.

Pocos nos hemos animado a entrar en ella y todos hemos salimos siendo otros.




mariafernandagutierrez

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