CATALOGO

Las tres colecciones de LIBROSCOPIERÍA hablan de amor, coraje, magnanimidad, hermandad, ecuanimidad, perseverancia, altruísmo, compasión, cortesía, tolerancia e impecabilidad de la palabra y pensamiento.
Tengo la concepción de que todo cuento es para toda edad, sin embargo, los clasifico, pues nacieron con una intencionalidad; permítanse encontrar lo que buscan en cualquiera de las tres colecciones.


       



COLECCIÓN KACHA KHUYAY: primera infancia
(Kacha Khuyay: palabras en lengua quechua, que significan "buen amor")

El hacedor de mariposas
El dragón del castillo
Las tejedoras
León
La oruga Gabriela
Ravlao
Pippa y los colores
Tresillo el mago
Kamayuq y las estrellas
Greta, la monstruo más hermosa
Esa pelota
Aurora
El astronauta
El rebaño de Dante
Gerardo y el mar
Calcetines de bruja
Ada con H
El libro de los hechizos
El señor Botones
Clara de la luna
La maga Warayana
Priscila y los corazones
La trenza de Xochitl
La cantora de arrullos
El territorio del corazón
Illa, Bunda y la biblioteca
La princesa berrinchuda
Margarita
Blacky
Camilo, el yacaré
Camilo tenía miedo
Penélope
Hilando inviernos
Pedro y las palabras
Abudemia

COLECCIÓN LLANKHAY: pubertad y adolescencia 
(Llankhay: palabra en lengua quechua que significa, "tocar suavemente con la yema de los dedos")

Una mujer
Ada con H
Hay mujeres... ayyy, mujeres!!
El señor Botones
Chuyma, el hombre corazón
La oveja gris
Ligia y su morada
Amanda
La caja mágica
La espada
Yuriana
La cantora de arrullos
Lizzeth
Ricardo y Julia
El cuentacuentos

COLECCIÓN KAWSAY: para adultos
(Kawsay: palabra en lengua quechua, que significa, VIDA o VIVIR)

El árbol de los magos
Sathiri el sembrador
Chuyma, el talismán y la cueva
El talismán
Una mujer
Yana la sirena
La princesa y el árbol
Mallku y el árbol
La bruja y el caballero
Los árboles caminadores
Prashka
Renacer
El ágora del mar
La casa
Amores brujos
Rani
Titina
El pastel de Luisina
Chapuy y el pan
La bruja Sisa
Pitakuy y las tejedoras
El pequeño secreto
Las alas
Fidel
Amanda
La muñeca de oror
El banquito
La maestra de historia
La mujer mariposa
Lucía
Ellas




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Te invitamos a leer los textos de los cuentos. 
El formato de los libroscopios es redondo y los colores son aleatorios, si desean pedir alguno en especial, por favor consulten antes de hacer su pedido.

Algunos títulos se encuentran disponibles en inglés, alemán, italiano o francés.

Todos están vigentes en el Registro de la Propiedad Intelectual y Derechos de autor.




CALCETINES DE BRUJA
(español - inglés - alemán)  

La bruja María era una bruja feliz, hasta que escuchó una mañana en el mercado, que sus hechizos ya no servían. 
Ese día volvió a su casa, entre triste y enojada.
¿Cómo podían decir sus vecinos que ella no era una buena bruja?

Hacía tiempo que sus embrujos no salían bien, eso era cierto. Ya no transformaba a príncipes en sapos… algunos se volvían princesas. Ya no le obedecían los cuervos y dragones… muchos habían dejado de creerle.

La Bruja Reina, que vivía en el bosque de las brujas fue contundente, confirmó lo que muchos susurraban.

¡¡Su varita mágica, había perdido todo el poder!!

¿Y ahora qué haría, a qué se dedicaría?  No se veía vestida de princesa, ni de abuelita cuentacuentos, ni de hada buena. Pero antes de que se desmayara de puro susto, la Bruja Reina, le aclaró:
-     
      Sólo debes descubrir a dónde se ha ido el poder de tu varita… no lo has perdido. Está aún contigo, en algo que usas todos los días.

María pensó y pensó, revisó todas sus cosas, hasta que una mañana al vestirse, lo supo.
SIIIIIIIIIIIIIIII… sus calcetines, brillaban, despedían destellos mágicos de luz violeta!!

Allí se había ido todo su poder.  ¡Estaba feliz con el descubrimiento!
Pero sobre todas las cosas había descubierto que podía identificar fácilmente a otra bruja cuando se la cruzara, todas, absolutamente todas, llevaban siempre calcetines rayados.

¿Qué calcetines usas tu?





CLARA DE LA LUNA
(español) 

Clara, era una nena que amaba las estrellas, la luna y el sol, y todo lo que estuviera en el cielo… incluso, los aviones y los relámpagos, ya que imaginaba que si andaban por el cielo, eran “buena cosa”.

Pero tenía un problema, en la escuela se distraía, no le gustaba leer y nada la entusiasmaba.

Sus papás y sus maestros le insistían pero ella se la pasaba “mirando la luna”.

La maestra sugirió a sus papás que le compraran libros de estrellas para que tuviera ganas de leerlos… ellos, hicieron caso y le compraron a Clarita:  “Las mil y una noches”, “Medias Lunas y otras recetas”, “Estrellas del cine mudo”, “El zodiaco y las estrellas” y  “Estrellas de mar para colorear”.

Y entonces Clarita dijo:

-          ¡hoy no me molesten, me quedaré todo el día con los libros!

Sus papás pensaron que por fin la lectura había anidado en ella.
Ese día Clara preguntó a su mamá si podía comer un sandwichito de queso y salame con poca mayonesa, mientras se quedaba con sus libros.
Durante el día se escucharon ruidos que  salían de la habitación de Clara, Cuando se hizo de noche, Clara salió de su cuarto y habló:

-          ¡¡tengo una SORPRESA para darles, vengan a ver mis libros!!

Subieron la escalera corriendo y al entrar, vieron una larga escalera que salía desde la ventana de Clara hacia el cielo, aunque no llegaba aún a la luna, y estaba hecha de peldaños de libros…

El papá de Clara sorprendido, notó lo poco que faltaba para que la escalera llegara a la luna. Corrió hasta su biblioteca y trajo un gran libro para colaborar: el DICCIONARIO.  Clarita lo abrió y leyó la primera palabra:  ABRACADABRA, “palabra que ayuda a conceder lo que se desea”.

Clara cerró el libro, miró la escalera, abrazó a sus papás, y supo que para llegar a donde se desea, sólo se necesitaban algunos libros y aprender a usar sus propias alas…





LA TRENZA DE XOCHITL
(español)   

Xochitl era la niña más graciosa y alegre del pueblo. Todos los días alguien se reía con ella y nunca, nunca, nunca nadie la había visto llorar.

Claro que tenía algo que a todos entusiasmaba mucho más, su largo y sedoso cabello negro que su mamá había aprendido a trenzar tan perfectamente que cada vez que algo grave ocurría y había que sacar a una gallina del aljibe, o socorrer a alguien en el río, allí estaba Xochitl y su trenza salvadora.
Nunca se la escuchó quejarse, ya que su pelo era muy fuerte.

Un día Xochitl pensó que si su trenza servía para alcanzar cosas a las  que la gente no podía llegar, también podía ser que sirviera para alcanzar abrazos, amores, apapachos… y una tarde escuchó la historia de una mujer que tenía a su mejor amiga muy muy lejos, en un país donde era de día, cuando en el suyo era de noche.

Golpeó la puerta de su vecina, y le preguntó si podía decirle donde vivía aquella  amiga exactamente, la mujer sorprendida, le dio el dato.  Xochitl corrió al bosque, y le pidió a su trenza que se extendiera hasta las manos de aquella otra mujer que esperaba el abrazo… y lentamente comenzó a ver cómo su trenza ondeaba perdiéndose entre los árboles y luego entre las nubes,  hasta que en ese atardecer perfecto, la tierra se estremeció y una lluvia nunca vista de pequeñas flores blancas cayó sobre el pueblo.

Ambas amigas se abrazaron a través de la trenza de Xochitl… porque a veces se necesita una mano, más un corazón, más una mirada, más una trenza para que un abrazo se concrete. Lo que nos une es el amor y CREER que todo es posible.



ESA PELOTA
(español - alemán) 

Jorge había querido la pelota de la Selección Nacional de Futbol, desde que nació. A medida que pasaban los cumpleaños… él repetía el sueño y su madre hacía el intento sin conseguirlo; hasta que antes de llegar  su cumpleaños número siete tuvo una idea excelente: tejería una pelota de colores para él.

Ella sabía que no era lo que él esperaba, pero soñaba con que el día de su cumpleaños sería el regalo perfecto.  Y llegó el día!!
Cuando Jorgito abrió el regalo estaba parado frente a la mesa con su torta con velitas y todos sus amigos de la escuela, la primera sensación fue extraña, hasta que su mejor amigo gritó:

- ¡Qué buena que está!

El primer partido lo jugaron en la plaza del barrio esa misma tarde, y todo cambió.

Un día vio que un chico nuevo se quedaba mirándolos jugar sin acercarse y en su mano traía un libro… pensó que era extraño que no pidiera jugar, y que viniera a la plaza con un libro!!

Después de varios domingos, fue Jorgito el que fue hasta él y le preguntó si quería sumarse. ÉL le dijo que si… pero que nunca había tenido una pelota y no sabía jugar.  Desde ese momento empezó a crecer en la cabeza y el corazón de Jorge una idea. Quería regalarle a su nuevo amigo su pelota, pero por otro lado no quería perderla.
El amigo del libro le hizo una propuesta; él le ofrecía su libro a cambio de la pelota… porque había recibido su libro así… con la sugerencia de que cuando deseara mucho, mucho algo, ofreciera su libro para conseguirlo… siempre que el deseo fuera desde el corazón.

Hoy Jorge no sabe por dónde anda su pelota  sólo recuerda que un día descubrió para que sirven las pelotas tejidas… para saber que los sueños  están más cerca de lo que creemos ver.






GERARDO Y EL MAR
(español)

Gerardo se fue de vacaciones con sus abuelos y su tío Alberto a Mar del Plata.

Nunca había ido al mar; él y su familia vivían en Tucumán: verdes frondosos, abundancia de calor y color, mosquitos con dientes y documento de identidad, y atardeceres selváticos  maravillosos.

Pero de mar… nada.

El tío prometió que irían todos los días, aunque los abuelos se quedaran a dormir la siesta… sólo si llovía, buscarían otro programa. 

Y como si un duende pícaro lo hubiera escuchado, sonó un trueno que les retumbó en el corazón y cayó la primera gota de un chaparrón que se extendió los diez días que duraron las vacaciones.

La abuela recordó que en un viaje de su juventud había ido a una linda biblioteca, llena de libros hermosos con unos sillones muy cómodos y que te daban galletitas si te quedabas quietito leyendo, sin hacer ruido.

Gerardo levantó sus ojos mirando al cielo y pensó que nada podía empeorar, hasta que el tío Alberto dijo que él la recordaba.

Después del desayuno, los cuatro fueron juntos al santuario de los libros.

Al entrar, una señora joven y regordeta de caderas anchas  como el mismo mar, los atendió.  La abuela pidió “uno finito y de letra grande”, porque tenía pocos días para leerlo… aclaró.  Tío Alberto dijo que él sólo iba para acompañar y cuando Gerardo estaba a punto pedir el suyo, la abuela sugirió:

-          para él, MOBY DICK.

 

“¡¡¿Moby Dick?!!... no era suficiente con la lluvia?!!”.

La bibliotecaria gordita, sabia y mágica, dijo que  Moby Dick, se lo habían llevado más temprano, dispensándole a Gerardo una miradita cómplice y preguntándole, qué otro prefería.

-          uno de terror o suspenso con muertos de verdad – dijo Gerardo sabiendo que no se iría con nada menos que eso.

-          Mmmmmm… - dijo  la bibliotecaria gordita y sabia – creo que el único que tengo no es para tu edad y es un libro para leer sólo aquí.

Gerardo pensó que “ese” era el único libro que necesitaba y que era capaz de encerrarse en la biblioteca todas las vacaciones, aunque el mar estuviera a cuatro cuadras, tentándolo con su “solo estar”…

Al día siguiente con una autorización firmada por tío Alberto, Gerardo fue a pasar la tarde a la biblioteca.

La bibliotecaria preguntó si necesitaba compañía o si se quedaría solo a leer ese libro, y Gerardo intentando ser educado, le dijo que él ya era grande, si no sus papás no lo hubieran dejado ir al mar.

Ella abrió la puerta y el olor al agua de mar le invadió todos los sentidos.  Descubrió en un segundo que no  necesitaba tocarlo, para sentir el mar.  Una inmensa ventana que daba directo a la playa se desplegaba ante él, y junto a ella, una mesa y una silla lo invitaron a entrar.

Gerardo se acercó sin dejar de mirar la inmensidad salada; y allí lo esperaba  su libro: MOBY DICK.

La bibliotecaria, lo miró fijo a los ojos, y le dijo:

-         Es una versión para adultos y tiene muertos de verdad.  Te dejo solo para que descubras la          aventura del mar.




LA ORUGA GABRIELA 

(español)


La oruga Gabriela, era la más linda del árbol de peras; ella tenía una cabellera como ninguna otra oruga había tenido: turquesa brillante.  Y las puntas de sus pelitos eran de color dorado.

¡Qué belleza de oruga pensaban los gusanos de las peras y hasta las abejas que se acercaban!

Pero ella tenía una queja constante.  Si quiero ir de las hojas más tiernas y verdes de la copa del árbol hasta el suelo, tardo mucho y se me va la vida en ello; nunca sé dónde quiero estar, si arriba o abajo.

Entonces, un día una de esas abejas que tanto la admiraba, le dijo que cómo podía conformarse con eso, cuando había todo un campo de árboles frutales por probar...

Gabriela esa noche, mientras la luna la iluminaba más que nunca y su hermosura podría haber sido la envidia de todos los bichos... pensó que toda su vida había sido "estar en el medio", ni muy arriba, ni muy abajo, para no cansarse con esto de los viajes, y que tal vez, la abeja tenía razón.  Pensó que esperaría a la abeja con el primer rayo de sol para preguntarle a dónde tenía que ir para ver otros frutales... pero ese día, su amiga la abeja, no volvió.

Esa tarde, una mariposa le dijo la mejor verdad que alguien le hubiera dicho jamás.

- pronto las distancias serán nada para ti; pero deberás confiar en ello, solo tienes que esperar.

- Pero si sigo esperando nunca llegaré a ningún lado - contestó Gabriela.

- Tienes dos caminos, caminar hasta cansarte y posiblemente morir en el intento... o CONFIAR,   que pronto te saldrán alas, y llegarás mucho más lejos que muchos.

Gabriela pensó mucho en la conversación con la mariposa, pero tenía gran ilusión de conocer ya mismo esos riquísimos frutales que estaban allí nomás, según había dicho la abeja.  En esto de pensar, se quedó toda una tarde, y mientras pensaba y pensaba, comenzó a cubrirse de un abriguito suave que la envolvió. Sintió calor de atardecer, eso le gustó... y se durmió.

Gabriela no sabe cuánto durmió, pero durmió. Sólo sabe, que cuando despertó, dos alas  le habían crecido al costado del cuerpo.  Las movió fuerte, pensando que era algo que no le pertenecía, para intentar quitárselas, pero mientras más las agitaba, más se despegaba del tronco donde había dormido esa larga siesta...

Esa misma tarde Gabriela descubrió, que los otros frutales estaban mucho más cerca de lo que alguna vez podría haber imaginado y que a veces en las esperas... a uno pueden salirle alas.

 


KAMAYUQ, EL ASTRONOMO
(español)

Algunos cuentan que esta historia, ocurrió antes de la primera noche de los tiempos, sin embargo hay quién asegura que fue mucho después…

Kamayuq desde niño fue un astrónomo, buscando en el cielo nocturno la perfecta constelación de la serpiente, y en aquellas noches todo podía ocurrir, ya que aún la luna no habitaba los cielos y solo había diamantes sobre un fondo negro.

Él solía contar a los otros niños que querían escucharlo, que llegaría un día en que la serpiente Amarú Kuntur bajaría del cielo a la tierra y que cualquier cosa podría pasar en el corazón de los seres que allí vivieran.

Y así fue.

En la tercera noche, del cuarto tiempo de invierno, Kamayuq salió a caminar por el cielo, estaba tan abstraído por las intensidades de cada estrella, que no percibió al andar que una muy pequeña, casi naciente, se le enredó en las tiras de su sandalia… caminó el astrónomo anotando distancias, brillos y aconteceres, hasta que de puntillas decidió regresar al suelo que siempre lo esperaba con necesidad de ensueño.

No fue sino hasta el otro día, cuando su madre lo despertó, que descubrió que su pie derecho pesaba más que lo de costumbre, así que haciendo un gran esfuerzo, levantó su pierna y vio que del extremo de las tiras de su sandalia, colgaba una diminuta estrella. Intentó tomarla entre sus manos con suma delicadeza, pero descubrió que esa pequeñez brillante se sujetaba con todas sus fuerzas de otra levemente más grande, y ésta de una tercera, que se estrangulaba  de una cuarta y una quinta y una sexta.

Caminó Kamayuq hasta la escuela, con sus estrellas siguiéndolo, hasta que atravesando el desierto salió a su encuentro Amarú la serpiente.

-          ¿Qué llevas prendido a tu sombra? – preguntó Amarú al astrónomo

Él explicó lo ocurrido la noche anterior y que desde entonces aquellas estrellas lo seguían. Amarú, que pocas veces reía a carcajadas, soltó un estruendo que hizo que todas las estrellas que pendían de la sandalia de Kamayuq se escondieran entre sus piernas.

Amarú fue clara; de alguna manera, aquel niño había permitido que la constelación de la serpiente bajara a la tierra, pero este desierto solo admitía una serpiente y si ese mismo día aquella constelación no volvía al cielo, ella se encargaría de apagarla. El motivo era simple, ella, como todas las serpientes, se alimentaba de secretos, y no había aún en la tierra suficientes secretos  para ambas… 

Dicen que los tiempos han cambiado y que cada tanto la constelación de la serpiente Kuntur vuelve a la tierra, porque los humanos modernos no hacen otra cosa que atesorar secretos.




PEDRO Y LAS PALABRAS

(español)

Cuentan que hubo un tiempo en que en la comarca, la gente se fue alejando tanto, distanciando entre sí y hasta enojándose, que olvidaron el significado de la palabra amar… y un día la palabra desapareció de los libros y los diccionarios.

A medida que los inviernos pasaban, la gente de aquellas tierras se iba volviendo más oscura, melancólica, irritable, huraña y descortés. Ya no se escuchaban risas, ni la mirada de nadie brillaba, hasta la comida dejó de tener sabor y el sol parecía no calentar.

Una mañana Pedro, preparando sus libros para ir a la escuela, encontró uno que había sido de su abuelo y estuvo por siempre en aquel estante lleno de polvo. Preguntó a su mamá, pero ella tampoco sabía de qué se trataba, y tanta curiosidad le dio, que desde aquel día no lo soltó más. Las historias allí escritas eran fantásticas, emotivas, llenas de imágenes bellas, pero una palabra aparecía bastante seguido y Pedro no la conocía.

Preguntó a todos en su familia y cuando terminó con ellos, preguntó en su escuela; al seguir sin tener certezas fue a la biblioteca del pueblo y finalmente al mismo gobernador.

Nadie conocía aquella palabra de cuatro letras.

Pero entonces la abuela de Pedro recordó que muchos hablaban de la mujer del bosque que casi nadie conocía, aunque solían decir que tenía las respuestas de todo.

Pedro y su abuela, se miraron profundo a los ojos y juntaron en sus corazones toda la valentía que tenían y de la mano se internaron en el espeso bosque que rodeaba el pueblo; caminaron bastante, tanto como para que la mañana se convirtiera en tarde y la abuela se cansara de andar. Una piedra generosa los invitó a descansar y aquel paréntesis fue perfecto para que la mujer en cuestión, se les acercara curiosa de su presencia.

Ella vio en las manos de Pedro aquel libro que conocía muy bien y sin demorar lo que buscaban, dijo que imaginaba qué palabra los habría llevado hasta allí.

AMOR. Algo tan simple como una palabra, había hecho que nieto, abuela y mujer del bosque, se  encontraran para “recordar”… y la respuesta fue tan sencilla como lo que buscaban.

La mujer recordó que los hombres de antes, día con día habían dejado de pronunciar la palabra. Durante todo ese tiempo ella se había puesto a tejer, esperando que un día llegara alguien para ayudar en la tarea; había tejido nidos que hoy colgaban de los árboles que rodeaban su casa, y allí el AMOR reinaba.

Pedro quiso saber más.

-          ¿Y si el amor es tan importante, qué hacemos para recuperarlo?

La mujer contestó con otra pregunta…

-          ¿Estás dispuesto a tejer? Es una pregunta esencial la que te hago, pues no es tarea solo de mujeres sembrar amor. En este tiempo que amanece, cuesta abrir los ojos pues la noche ha sido larga, pero al abrigo de un nido tibio, todo puede cambiar.

 En el nido se ama, se cree, se crece, se vive…

Desde aquel amanecer, Pedro escribió historias que hablaban del amor, y su abuela le enseñó a tejer nidos que colgaron de cada árbol, de cada rama y de cada ventana… y un día de esos que a veces no se recuerdan, en aquella comarca, todos amaron, algunos tejieron y de tarde en tarde, alguien sintió estar enamorado.




PIPPA Y LOS COLORES
(español)


Había una vez una niña llamada Pippa, que amaba bailar y caminar descalza sobre el pasto fresco mientras juntaba flores para regalar a todas las personas tristes o serias que veía por la calle.

Su pequeña casita, tenía magia en cada ambiente. Amaba su habitación lila con una ventana naranja que daba al jardín lleno de margaritas, rosales y jazmines. En el comedor dos sillones floreados y una mesita celeste con sus sillas verde manzana, era el lugar donde ella se sentaba a desayunar todas las mañanas.

Pero su cocina era el lugar que más le gustaba. Era de color rosa y naranja, y tenía varios estantes con  frascos donde guardaba cosas ricas e hilos de colores, porque para Pippa, el mundo eran “sus colores”.

A Pippa le costaba recordar algunas palabras, por lo que se dio cuenta que imaginar esa palabra en colores es mucho más fácil. Por ejemplo en el frasco de fresas hay además hilos rojos, así que cada vez que las nombra simplemente dice “las rojas”. En el de aceitunas, hay hilos verdes, así que las llama “las verdes”.

Pippa, va cambiando las palabras comunes por colores.

A pesar de todo su arcoíris, hay días que ella amanece triste o enojada, porque a veces, todos nos enojamos. Esos días, suelta todos sus hilos sobre su mesita celeste, y teje nidos para los pájaros… pues no les dije que además Pippa ama tejer. Y cuando ya se siente mejor, sale a caminar por el pueblo y  va colgando los nidos de árboles diferentes, para que todos los pájaros, chiquitos, grandes y grandotes, tengan casitas nuevas, y muchas ganas de cantar tibiecitos en sus nidos recién tejidos.

Había una vez… una niña llamada Pippa, que llenó el pueblo de nidos rojos, azules, rosados, naranjas y amarillos… muchos se llenaron de pájaros y en los que quedaron vacíos, los vecinos pusieron palabras para agradecer el amor de Pippa.

Gracias… amor… besos… mandarinas… abrazos… sonrisas… amarillo… margaritas… cariño…  luna… sol… fiesta… canción.

Pippa de a poco ha aprendido algunas de esas palabras, y hasta ha recordado que las fresas, son fresas, porque entre todos le han enseñado que hay un tiempo para todo, incluso, para aprender.





UN HACEDOR DE MARIPOSAS
(español - inglés)  

Carlos tenía la manía de observar.

Nunca se había preguntado por qué; amaba hacerlo, podía estar horas, días, meses…  descubriendo. Y si dormir, comer y lavarse los dientes, no lo hubieran interrumpido, más cosas hubiera descubierto.

Una tarde vio una oruga apoyada sobre el árbol de moras de su jardín; le llamó la atención lo rápido que devoraba esa hoja, tanto, que pensó que podría convidarle el brócoli que su mamá le obligaba a comer, ella lo apreciaría de verdad. Sólo por observar, descubrió esa misma tarde cuatro orugas más, tan glotonas como la primera. Con mucho cuidado las guardó en una caja llena de hojas que él mismo cortó de la morera y al día siguiente las llevó a la escuela para sorprender a todos con su tesoro.
Orugas, hojas y caja terminaron en un armario de su aula por orden de la maestra; … así que obedeciendo, las dejó allí, al reparo de la tibieza de risas y gritos de sus compañeros, quizás sabiendo que pronto habría novedades para todos.

Y así fue.

Cuando su intuición perfecta, conocedora del TIEMPO,  abrió la puerta de aquel armario, un ramillete de mariposas invadió el lugar y el corazón de cada uno de los que allí estaban.
Aquel día sus compañeros y su maestra supieron que Carlos les había hecho un regalo especial: un ramillete de mariposas de colores y el tiempo sin tiempo para verlas volar.




HILANDO INVIERNOS
(español)

Había una vez una  Carmen.

La conocí en un pueblo llamado Villa Berna, donde las sierras y el cielo, día con día, se acarician y se enamoran.

Ella hila, teje, amasa pan, hace pasteles y baila.

En la casa de su mamá tiene muchas ovejas y cuando llega el tiempo correcto les cuenta un cuento y una a una, “las desteje”; les quita sus abrigos pesados del invierno para que en el verano puedan lucir sus trajes de baño y asolearse en la punta más alta de los cerros.

Pero eso sí, cuando las desteje, usa su rueca para hacer hebras como la seda, y así poder tejerlas nuevamente cuando los fríos y la nieve vuelven a su montaña.

Hubo un año en que el invierno llegó imprevistamente; estaban en pleno verano y al día siguiente amaneció todo blanco y crujiente, con los arroyos escarchados y los árboles congelados. Kimberly, la oveja más grande del rebaño, recibió las quejas de todas y todos, se había formado una larga fila en la puerta de su establo y uno a uno iban dejando su solicitud reclamando sus tejidos de invierno que aún no les habían dado.

Cuando Kimberly tuvo todos los formularios de quejas entre sus patas, fue sin prisa y sin pausa hasta la puerta de la cocina, donde Carmen comenzaba a encender un fuego reparador.

-          Niña Carmen, nosotras no somos expertas en calendarios, ni calentamiento global, pero indudablemente algo pasó con los humanos o a usted se le ha atrasado el reloj. ¿Tiene listos nuestros tejidos de invierno?

Carmen asombrada y confundida la observó sin saber qué contestar; mientras se disculpaba, hacía cuentas en el aire, sobre cuántos abrigos debería terminar en el menor tiempo posible, hasta que finalmente preguntó:

-          Dígame Kimberly… ¿Cuántas son ustedes exactamente?

-          Ciento veintisiete, aunque no puedo decirlo con precisión, pues la Margarita, la Ramona, la Celeste y la Negrita están a punto a parir, así que yo le diría que tenga preparados unos abriguitos infantiles también.

Esa misma mañana Carmen llamó a todas las tejedoras de la comarca y más allá, juntaron hasta el último ovillo de lana por más pequeño que fuera y se pusieron a tejer sin descanso.

Aquel fue el invierno más pintoresco, hasta vino la televisión a hacerles una nota, el rebaño de Carmen, se había convertido en el más original. Había ovejas rayadas, otras cuadrillé, algunas punto arroz y no faltaban las punto elástico… pero nada de esto importaba, lo esencial era saber que cuando un grupo de tejedoras se lo propone, el más duro invierno, se vuelve a convertir en verano.

Yo conozco a una maga llamada Carmen, que cuando le da por aburrirse, se pone a hilar nubes que año a año transforma en largas bufandas, ponchos o guantes... o "sueños de verano".




LA PRINCESA BERRINCHUDA
(español - francés - alemán)  

Había una vez un reino donde vivían solitos en un palacio, una princesa y su mono Tobías.

La princesa ya había jugado con todos sus juguetes, había probado todos los helados y se encontraba muy muy, muy aburrida.
En esos días, lo único que la hacía sonreír, era tirarle de la cola a su mono.

Una tarde llegó al palacio, un carro de circo rodeado de luciérnagas de infinitos colores; con un rey payaso, una reina bailarina, un príncipe equilibrista, y un elefante naranja. La princesa se sorprendió con sus ojos enormes de sorprenderse sorpresivamente, mientras los observaba con su larga vistas de ver maravillas.

Cuando estaba a punto de hacer un berrinche porque desconocía a todos, Tobías el de la cola larga le explicó que alguna vez en el palacio, había existido un rey y una reina y hasta un príncipe, y que si ella era capaz de dejar de enojarse y patalear, las cosas cambiarían.
Después de pensarlo el tiempo que llevaba lavarse los dientes, decidió irse a dormir con la condición de que aquel circo contara para ella el mejor de los cuentos…

Y entonces la reina bailarina, contó: “había una vez un reino donde vivían solitos en un palacio, una princesa y su mono Tobías y entonces llegó en un carro el mejor circo del mundo, para que ella desde ese día tuviera una familia perfecta, de esas que sólo se pueden ver con un larga vistas de ver maravillas”. Y la princesa, acurrucada en su cama de princesa, con su camisón de princesa y sus dientes lavados de princesa, cerró los ojos y bostezó, mientras estiraba sus bracitos para llevarse a sus sueños a la mejor familia que pudiera existir, la que ella había imaginado sin pensar que llegaría en un carro de circo trayendo un payaso, una bailarina, un equilibrista y un elefante color naranja.







CAMILO, EL YACARÉ
(español)  

Camilo era un yacaré overo, que andaba echadito al sol, juntándose con sus amigos yacarés,  con sus patas bien clavadas en el fondo del barrito fresco.

Una tarde mientras se rascaba el lomo contra una piedra y sus amigotes se iban de parranda al costadito de la barranca donde el sol pega de lleno y uno puede dormirse unas siestas maravillosas… él sintió que un vago oleaje le hacía vibrar su armadura de cola a hocico.

Miró para todos lados, tomó aire como para que le alcanzara para un chamamé y medio, y se sumergió lo más profundo que pudo… que no fue tanto porque andaba en la playita. Cuando estaba a punto de escabullirse, la vio.

Nunca, pero nunca, de nunca, nunquísima, nuestro amigo había visto yacaresa más hermosa, más gris pálida, con manchas más bellas, con garras tan deliciosamente “rascadoras” de lomo…
Y ahí nomás se acercó nadando mientras se imaginaba cómo presentarse.

¿Cómo decirle lo increíblemente bella que era su piel áspera y rugosa?

En medio del Río Paraná, Camilo la encontró.  Ella lo miró como diciendo: “Que churrasco para comérmelo con papas”… y él pasó bien arrimadito, y la pispió con sus ojitos de pupilas verticales, mientras centellaban sus pestañas como diciendo: “Yo para usted… papas, zanahorias, zapallitos, y hasta brote de soja sería”.

El amor pasó por un período de descansos en la playita mirándose de reojo hasta regalarse unos bocaditos de cangrejo o de tortuga los viernes a la noche.  Pero lo más hermoso del amor fueron Clarita, Renata, Baltazar, Benito, Manuela, Julián, Margarita y Felipe, los ocho bebés que salieron de sus huevitos una noche de luna llena, justo cuando mamá y papá yacarés se tomaban unos tererés fresquitos a la sombra del pastito.





CAMILO TENÍA MIEDO
(español)

Camilo era un yacaré overo, que amaba echarse al sol, y juntarse con sus amigos yacarés, dejando sus patas bien clavadas en la playita del río.

Pero había algo que no le gustaba para nada: nadar.

Eso era muy raro, ya que todos los yacarés y sus primos los cocodrilos viven en el agua  y adoran nadar desde lo profundo hasta las orillas, en invierno, verano, primavera u otoño.  Sus amigos no podían entenderlo y por más que le insistían, Camilo se daba una zambullida y salía rapidito.

Una tarde mientras se rascaba el lomo contra una piedra de la orilla, le dio un hambre de cocodrilo, o sea un hambre voraz,  y se imaginó comiendo unos ricos cangrejitos asados, o unos cornalitos fritos con juguito de limón, que tanto amaba. Pero de todas esas delicias, nada.

Se aguantó todo lo que pudo, hasta que finalmente supo que no había otra salida, él mismo tendría que conseguirlos, así que tomó aire, cerró sus ojos, dejando uno apenas abierto, para poder mirar, y tapándose el hocico con su garra izquierda, se sumergió hasta lo más profundo. Cuando estuvo en el fondo, y el agua tibia lo acarició, se acordó de cuando era casi un bebé y su mamá lo llevaba a nadar al medio del río,  le dio una inmensa alegría, y hasta ganas de quedarse allí para siempre.

El hambre se le fue un poquito porque consiguió unos cangrejos exquisitos, pero de salida, sus amigos lo invitaron a un verdadero banquete, y todos juntos volvieron a la playa a comerse un rico asado de caracoles, sapos, cangrejos y bagres… le pusieron bastante chimichurri, se tomaron unos tereres, y se quedaron durmiendo la siesta, en un atardecer de primavera, allá, en una barranca del ancho río Paraná.




LEON
(español - alemán) 

Cuenta la leyenda que el día que el sol se escondiera tras la luna, nacería un mago tan poderoso que hasta los humanos le creerían, y así fue, antes de pararse dijo sus primeras palabras:
-     
           Quiero ser león!!

 Y una melena le creció. Cuando tenía dos años, pidió:
-         
       Quiero un arcoíris!!

  Y el arcoíris se formó. A los diez exigió:
-          
       Quiero una selva!!

 Y su habitación se llenó de lianas, árboles, mariposas y helechos, pero antes de llegar su cumpleaños   número doce, su mamá le preguntó:
-          
       Ahora que eres mago y león, que tienes un arcoíris y una selva, qué le regalarás al mundo??

 El mago león, se lamió su pata derecha y con ella se peinó la cabellera, aprovechando a pensar…
-          
       Le daré mis rugidos para que se sientan protegidos, y también mi olfato para que huelan días   maravillosos, y a los que sepan ver, los dejaré acariciarme, porque para ser el verdadero rey de la   selva hay que tener la valentía de dejarse amar.

 Entonces la mamá de león le regaló para su cumpleaños, una pelota de lana, para que él jugara   eternamente, porque entendió que su mago león sería niño para siempre.





EL REBAÑO DE DANTE
(español)

Había una vez una comarca donde todos los niños habían sido tejidos con hilos de sueños, de nubes, de arcoíris, y cada vez que les dolía una muela, se la destejían y sus mamás o sus abuelas, les tejían una nueva.

El pueblo tenía árboles de ovillos de lana roja, otros de lana verde y había uno que daba hilos de todos colores, entonces los abuelos,  se sentaban horas a conversar bajo sus copas, mientras hacían madejas multicolor.

En aquel pueblo un frío invierno llegó un nuevo niño, que había sido tejido por las kusi kusi durante la primavera anterior. Cuando estuvo listo para llegar al paraje de  Villa Estambre, su mamá le tejió una cuna y su papá un tambor, imaginando que aquel niño sería el mejor músico del lugar, y lo nombraron, Dante.

Ese invierno había ocurrido algo extraordinario, Carmen, la vecina tejedora de abrigos para las ovejas del pueblo, se había retrasado en terminarlos y había convocado a todas las tejedoras para ayudarla con los restos de lanas y estambres que les hubieran sobrado del año anterior; por eso, aquel gélido invierno, las ovejas y borreguitos, caminaban por los cerros con cuadrillé de rojos y negros, guardas verdes y anaranjadas o rallados tricolor.

Terminando los fríos de la estación Dante ya había crecido lo suficiente como para gatear entre los borregos y aquerenciarse entre ellos a la hora de la siesta, para soñar entre nubecitas de lana de todos los colores.

Cuando después de varios inviernos, Dante aprendió a jugar entre ellos, quiso organizarlos por colores, luego intentó hacerlos marchar a su corral, tocando el tambor que le había regalado su papá y finalmente, pidió que llevaran su cama al establo para cuidarlas bien de cerquita. Sus papás no estaban de acuerdo con su última petición, pero con Dante no eran fáciles las discusiones, así que llegaron a un acuerdo. Cada vez que naciera un nuevo borreguito, él podría estar presente y lo dejarían usar una bufanda del color de la oveja en cuestión.

Así fue que los cajones de Dante se llenaron de bufandas de cientos de colores, y aún se habla en Villa Estambre, del niño que ama y convive con sus ovejas, que toca el tambor para llamarlas a tomar la merienda, y que de vez en vez, se escapa de la escuela, solo por el placer de tejerlas y destejerlas.

Había una vez, un niño llamado Dante, que amaba a sus ovejas.




LA CANTORA DE ARRULLOS
(español)

En el pueblo le decían la encantadora de niños, y algo habría de haber, pues cada niña o niño que se le acercaba, se alejaba de ella con una sonrisa y una palabra nueva.

Ella tenía infinidad de recursos. Llevaba una bolsa tejida enorme llena de cosas imprescindibles: una pluma de avestruz, que había sido su amigo; un frasquito con polvo de estrellas; una manzana roja (sin veneno); un almanaque sin días lunes y millones de cuentos en una cajita que solo tenía palabras engarzadas, pero que cada vez que la abría, rápidamente se acomodaban para dar lugar a la más perfecta y mágica historia.

Algunos también le decían la cuentacuentos, sin embargo aquella palabra parecía no contener todo lo que ella realmente era.

Una mañana fría de invierno, pero con un sol espléndido, abrió todas las ventanas  para que el fresco y soleado día se colara por los ojos de su casita; mientras lo hacía le pareció escuchar una voz pequeña que era como un arrullo, una vieja canción de cuna. Se asomó y tratando de prestar atención al origen de la canción, vio una niña de unos seis años acunando un trapo negro y raído, que tal vez abrigara a una muñeca.

Fue tan hermosa la imagen y la amorosidad de la canción que salió de la casa, para preguntarle quién era y a quién cantaba, al ir acercándose observó que el trapo negro no envolvía nada, no había muñeca, ni cachorrito que estuviera recibiendo la canción y el amor de la pequeña, por lo cual su curiosidad fue aún mayor.

-         - Buenos días hermosa, que linda canción estás cantando… ¿a quién estás intentando hacer dormir?

La cantora de arrullos se dio vuelta sorprendida, la observó con extrañeza y demorando en contestar, finalmente dijo:

-          - Al miedo… ¿no has visto que no puede dormirse, que está despierto demasiado tiempo, metiéndose en las casas, en las tiendas, en las escuelas?... yo creo que si logro dormirlo, la gente del pueblo, volverá a sonreír. Pero es tan inquieto, que hasta los niños lo dejan despierto bajo su cama o con la puerta entreabierta de su ropero.

La encantadora de niños, la cuentacuentos, buscó en su bolsa tejida la cajita de las palabras e hilvanó unas cuantas formando una manta abrigada y calentita del color de las flores de la jacaranda, y se la dio a la niña recordándole que todo ser que se durmiera entre aquellas suaves palabras, despertaría del mejor de los sueños, y no de una pesadilla… “pues el miedo, niña mía, no es otra cosa que una eterna pesadilla”,  dijo la mujer mientras prendía con un pasador, algunas palabras de regalo: “colorín colorado, este cuento ha terminado”.




EL PALABRERO
(español)  

"El palabrero es un juego creativo para animarnos a contar historias. Personajes, escenarios, conflictos, emociones; cada sobre contiene varias opciones para intentar cientos de relatos.
Se puede jugar desde la oralidad y también hacer prácticas de escritura... puertas abiertas en un mar de posibilidades"





ANACLETA
(español)

Anacleta había nacido en una familia de cantantes, si, como escuchan, a pesar de ser una ballena franca del sur, toda su familia, mamá, papá, abuelos y primos, eran cantantes, pero Anacleta no.

Su tía Eulalia era la voz más extraordinaria de todas, su canto suave y delicado, llegaba desde Puerto Madryn a Río Gallegos… el agua de mar era maravillosa para transmitir su cantar.

Anacleta desde que nació había escuchado aquella historia, sobre todo porque la tía Eulalia había conocido al amor de su vida, el tío  Victoriano, que vivía en Río Gallegos y desde allí la había escuchado.

Anacleta pensaba que nunca conocería al amor de su vida, pues no podía cantar, hasta que un día descubrió que ella era muy buena para hacer mimos y acariciar.  Algunos de sus primos la miraron sin entender cómo eso podía ser un don, hasta que uno a uno fue recordando algún momento en que había recibido de ella, la mejor de las compañías, de las caricias, y todo el amor que solo ella sabía dar.

Este cuento podría terminar aquí, sin embargo, hay algo que todos deberían saber de Anacleta, ella, aprendió a acariciar porque es una gran escuchadora… siiiiiiiiiiii, una es – cu – cha – do - ra, justo lo que el mundo anda necesitando!!  Y de tanto escuchar, se dio cuenta que todos andaban buscando abrazos y encuentros.

Desde que conocí a Anacleta, yo también me dedico a escuchar, y me he llenado de historias que a veces se me quedan en los bolsillos, otras se me escapan por los ojos, y de vez en cuando se me van hasta las manos para poder acariciar a todos los que necesiten el amor hecho cuento.



MARGARITA

(español)

Margarita era una señora muy delicada, ella amaba el perfume de las flores, de la vainilla, del pan recién salidito del horno y de los tilos en noviembre.

Andaba todo el día con una escoba porque amaba barrer las hojas de otoño de la vereda, las flores del jacarandá y las moras que caían de mil moreras entrado el verano.

Tanto andaba con su escoba, que muchos en el barrio se preguntaron si ella no sería una bruja, e incluso algunos juraron verla volar.

Además usaba sombrero.

Además tenía ojos rasgados.

Además andaba agachada… y encima comía los pétalos de las rosas  y tejía todo lo que caía en sus agujas.

Un día su vecina vivaracha que comía uvas con queso porque “sabían a beso”, le preguntó si no le daba pena que el barrio entero le dijera  bruja Margarita. Ella se rio casi tres horas y media, y la invitó a pasar a su casa de mazapán. Le convidó un té de tilo con torta de moras y un gato negro de bigotes rojos… ¡¡aaahh no, perdón!!  Un gato rojo de bigotes negros, se quedó junto a ellas para comerse las miguitas que se iban cayendo al piso.

El resto del otoño, su vecina vivaracha, le ayudó a barrer la vereda, se tejió un sombrero como el de Margarita, le empezaron a gustar las rosas y le salió una verruga en la nariz.

Ahora en el barrio, hay brujas en cada cuadra, porque dicen que el amor es contagioso. No todas tienen gato, verruga o sombrero, pero escoba a ninguna le falta, ni sonrisas, ni amor, ni ganas de juntarse en la plaza a contar cuentos de ellas mismas; del tiempo en que eran lindas, altas, con alas y olían a pastelitos recién horneados.




 HAY MUJERES... AYYY MUJERES !!!
(español) 

Hay mujeres que llenan el aire, llegan antes de llegar y parten mucho después de haber partido.

Hay mujeres que nunca están porque son partículas de tantas otras mujeres que no llegan a tener sombra que parta de sus pies.

Hay mujeres que tienen madre y nada más que eso; y otras que nacieron siendo libres.

Hay mujeres que tienen hijos para que los renglones de la libreta estén completos, y hay las que soplan la vida y les sueltan la mano para que salten y vuelen y caigan y sean...

Hay mujeres que duermen con mujeres y sus camas son jardines de perfumes frescos; las hay que duermen con hombres en perfecto y armónico juego, y también otras duermen solas, porque si, porque lo quieren, porque no pueden o porque están aprendiendo.
Hay mujeres que curan, hay mujeres que matan, hay mujeres que vuelan y otras que atan.
Hay mujeres doradas y otras bañadas en plata.
Hay mujeres dóciles, hay mujeres huracanadas, vertientes, lagos, ríos y humedales.
Hay mujeres que murieron de sabiduría en una hoguera y otras que se encienden en fuegos eternos…

Hay mujeres que reciben por amor, el golpe y el castigo y otras que curan sus heridas con más amor que ungüento...

Hay mujeres de todo tipo, soy una de ellas, o dos o tres, las que quepan en un suspiro.

Hay mujeres...

¡¡¡Ay, mujeres!!!





YURIANA Y SU KIKU

(español)

Raka se había descubierto a sí misma al cumplir Yuriana, sus once años. Se dio cuenta que era una parte muy importante de aquel cuerpo. Lo supo porque a través de ella, durante unos días, Yuriana sangró.

Yuriana, sin embargo había estado conversando con su mamá y  no se sorprendió ni creyó estar enferma, supo que aquello era tan normal como el sudor al hacer ejercicios, el broncearse por el sol del verano o las lágrimas en los momentos de tristeza. Pero también supo, que aquel tiempo de “kiku” ocurría en todas las niñas de su salón, solo que algunas tenían miedo o vergüenza respecto a lo que sentían.

En su casa, en cambio, su mamá y su abuela, hicieron una fiesta. Recibió de regalo un hermoso vestido de hilo rojo tejido, y una corona de flores rojas, rosadas y blancas; hubo baile, su pastel preferido, y cuentos y poemas que algunas amigas llevaron para el festejo.

Al día siguiente, al ir a la escuela, descubrió que algo había cambiado.

Su tiempo de “kiku” o primera menstruación, la había vuelto diferente a algunas amigas. Alguien le preguntó si aquello dolía, otra pidió que no se hablara de lo que “le ocurría a Yuriana”, pero fue su maestra la que les contó que todas las niñas, más tarde o más temprano vivirían naturalmente su kiku, como Yuriana lo estaba viviendo.

Sayri, el mejor amigo de Yuriana, preguntó qué era lo que le ocurría a las niñas… ¿a ellos, no les pasaba?

Algunos rieron por la pregunta, la maestra solo explicó que los cuerpos de todos cambiarían; todos eran como semillas que habían permanecido dormidas, ahora estaban despertando, ahora era el tiempo de llegar a la tierra, y cuando eso ocurría, el paso de la luna a través de cada día y cada noche, los iría haciendo cambiar. Algunos crecerían altos y delgados, otros serían voluptuosos y redonditos, habría quién oliera a romero o a manzanilla, quién daría frutos y los que no. Esas diferencias eran parte de estar vivos, como cualquier otro ser sobre esta tierra.

Sayri volvió a preguntar: “¿yo no sangraré como Yuriana?”.

No lo harás por el mismo lugar que ella, tal vez sí lo hagas si te lastimas, pero lo que ocurre con Yuriana o con las otras niñas no es una enfermedad ni una lastimadura, es algo perfecto que nos ocurre a todas las mujeres, al sangrar una vez por mes por nuestra “raka”.

Ese día la maestra escribió varias palabras en el pizarrón: “raka”, “ullu”, “achachila”, “llakipakuy”, “llankhay”, “muchay” y “sunqu”. Pidió que cada uno eligiera una y escribiera un cuento o un poema con la elegida… desde aquel día todos florecieron, ya no hubo dificultad con las palabras, pues todas ellas, solo hablaban de la alegría y la belleza de estar vivos.

 

Achachila = milagro o maravilla

Kiku = primera menstruación de la mujer

Llakipakuy = suspirar

Llankhay = tocar suavemente con la punta de los dedos

Muchay = besar

Raka = vagina:

Sunqu = corazón:

Ullu = pene:

Yuriana: alborada o aurora

Sayri: Príncipe, el que siempre da ayuda a quien lo pide.




EL CUENTACUENTOS

(español)

Esa mañana en la escuela, había revuelo en el aire, mariposas en los oídos. Había llegado un cuentacuentos a derramar historias, cuentos, leyendas de tierras lejanas, de jóvenes tan diferentes e iguales a ellos.

Aquel hombre de voz tan contundente como delicada, de estatura mediana, de mirar sincero, había iniciado con la leyenda  de la “Flor del cacao”, en la que una joven había quedado embarazada del Dios del cacao, esto, despertó en todos la curiosidad y la picardía. Risas a escondidas, rubor en las mejillas, pudor en los suspiros, era lo que inundaba la mañana.

Cuando el cuentacuentos se fue, dejando una estela de corazones despiertos y encendidos, se supo… Luis había besado a Sofía antes de entrar a la escuela. Todos hablaban de ello.

Carlos pensó si aquella era la señal o el permiso para poder besar él también a su platónico amor. Sintió que todo su cuerpo era un torrente de vida, al mismo tiempo temblaba de miedo y de alegría, jamás hubiera podido poner un nombre exacto a lo que estaba viviendo.

Esperó.

Sonó el timbre que indicaba el final de la jornada y todos sus compañeros y compañeras fueron saliendo del aula, solo quedaban él y Mario; se acercó irradiando amor y pánico, lo miró profundo a los ojos, Mario devolvió la mirada con un gesto de pregunta, como sin entender su cercanía.

Después del beso, un dolor profundo y punzante en su estómago, lo encontró en el suelo sin poder levantarse. Ojalá esa hubiera sido la última golpiza que recibiera, pero ocurrieron muchas más… la primera esa misma tarde, encabezada por el mejor amigo de Mario y todo su grupo, y otras que llegaron en el transcurrir de su adolescencia.

Hoy Carlos es maestro y cuentacuentos, habla, canta y enseña sobre el respeto, la bondad y el amor de la palabra y la mirada. Hoy, las historias lo han reconstruido, lo alentaron a descubrir otros pensares, otras creencias, y también a leer los silencios.

Hoy, Carlos ha recibido un nuevo alumno en su clase y ha percibido que el pequeño ama los cuentos con singular pasión. Al terminar el día, entre las risas de la salida, en la puerta de la escuela, buscó con su mirada quienes serían los padres de aquel niño tan emocionado por las historias.

Reconoció a la distancia su mirada, fue un segundo imperceptible, en el que Mario y Carlos volvieron a encontrarse, solo que esta vez, había indulgencia y calma en los corazones. La calma y la comprensión que solo llegan cuando la compasión anida en un corazón humano.





LA CAJITA MÁGICA

(español)

Eva era una mamá joven de tres niñas hermosas que eran su cielo, su mar, su jardín.

Se había casado con su primer novio, a quién había conocido en la escuela y de ellos nacieron, Azul, que ya tenía 13 años; Ambar de 10 y Alicia de 6, que definitivamente vivía en el país de las maravillas… su corazón.

Por aquellos días las cuatro mujeres vivían solas en un departamento pequeño, donde con mucho amor se habían acomodado, aunque había días en los que no se soportaban.

Azul, Ámbar y Alicia dormían en el mismo cuarto, por lo que generalmente reclamaban su independencia, refunfuñando cuando alguna escuchaba la música fuerte, o cuando no había música, o por el único motivo de ser tres mujeres en etapas muy diferentes de sus vidas.

Según toda la familia, Azul ya era una señorita y eso le daba la característica de no soportar a sus hermanas; Ámbar estaba a punto de serlo, aunque jugara al futbol con sus amigos y trepara a los árboles hasta lo más alto de sus posibilidades… y Alicia, vivía entre unicornios, varitas mágicas, flores e hilos dorados.

Esa tarde Azul había regresado de la escuela con Alejandro, su mejor amigo. Se encerraron en el cuarto a estudiar, pusieron música y nadie podía molestarlos, ya sabían sus hermanas cómo se ponía Azul cuando alguien la molestaba. Sin embargo, Ámbar, no tenía ningún problema en hacerlo, por lo que entró a su habitación sin mediar aviso y encontró a su hermana besando a Alejandro.

Qué asco, pensó!! Y salió dando un portazo.

Esa noche, en la cena, hubo enojos, silencio, lágrimas y regaños, pero Alicia había traído a la mesa un pequeño cofre con papelitos pequeños y sus lápices de colores, y explicó…

“¿hacemos un juego? para que no nos duela el estómago, la cabeza o el corazón, escribamos con el color que más nos guste, el mensaje que queremos darnos, luego lo guardamos en esta cajita mágica con unas flores que junté del jardín y un poquito de polvo de estrellas, que conseguí hace unas noches, y verán cómo mañana todo habrá pasado”.

Nunca sabremos si fue la cajita mágica de Alicia o que todas, incluso la mamá, estaban creciendo, pero desde aquel día no hizo falta cerrar la puerta para dar un beso, o enojarse por escuchar música. Hubo quien quiso seguir trepando a los árboles, quién continuó cosechando polvo de estrellas y una mamá que supo que podía volver a enamorarse.

 


RICARDO Y JULIA

(español)

Julia y Ricardo se habían quedado solos en la casa al cumplir ella sus catorce años, después de la muerte de Ángela, su mamá.

Ricardo hacía lo que podía como papá de una hija mujer a la que casi no conocía y que había descubierto en ese dolor de la ausencia.

Julia, se refugiaba en su cuarto horas enteras; cuando volvía de la escuela, entraba en su mundo y no salía hasta la hora de la cena, incluso había días en que ni “eso” la motivaba a convivir con su padre. Él había aprendido que en las compras del fin de semana, debía recordar preguntarle si necesitaba shampoo, o toallitas femeninas o calzones nuevos. Ella con pudor, le escribía un papelito con lo necesario para no tener que mencionar sus necesidades.

Faltando diez días para cumplir sus quince años, Julia comenzó a sentirse mal, creyó haber enfermado. Solo quería dormir, se levantaba con dolor de cabeza y a veces corría al baño a vomitar. Ricardo, su papá, se dio cuenta de aquello dos o tres días después, cuando tuvo que insistirle para que se levantara y no llegar tarde a la escuela.

Todo ocurrió en un tiempo vertiginoso, donde los silencios poblaban las preguntas, donde el enojo y la incomprensión alejaban los corazones. Ninguno de los dos entendía lo que había ocurrido o “cómo” había ocurrido.

Julia estaba embarazada.

Como el amor estaba presente, lograron habitar el silencio, llenarlo de los espacios necesarios para las miradas nuevas, de abrazos lo suficientemente temporales como para saberse amados, de las palabras precisas que nombraran cada uno de los sentimientos que los atravesaban. No fue fácil. Ambos creyeron que no podrían con ello… pero se pudo.

Hay cicatrices que duran más de lo que han dolido, sin embargo, la caricia del entender y del amar, las convierten en el mapa que nuestros cuerpos llevarán a medida que crecemos. Nadie posee un cuerpo libre de dibujos, todos tuvimos y tendremos flores, espinas, estrellas y fuego en la piel, como señal de que elegimos, que aprendimos, que tropezamos,  que amamos y fuimos amados.

 


LIGIA Y SU MORADA

(español)

Debes confiar en tu propia morada.  Es dulce, luminosa y profunda como el océano.

Ligia era tan bella como fiel. Había aprendido que el cuerpo era un templo en el que pocos, nadie, entraban, ni siquiera se acercaban, y entonces se había ido fortaleciendo como un gran castillo, haciéndose grande y amurallándose.

Su mamá había conocido el asedio en su niñez, en su propio hogar, por eso a Ligia, había sabido custodiarla.

Ella no era como las otras niñas de su edad, aunque ninguna niña era igual a otra. Sus amigas, eran altas o bajas, rubias o morenas, cada una tenía algo que la hacía particular y Ligia sentía que no había algo en ella que la distinguiera.

Pasaron algunos años hasta que descubrió que lo que la honraba estaba en un lugar de esa morada que no era visitable, más sí visible: su alma.

El día que descubrió el hallazgo de ese sitio, pudo ver el alma de los demás, y entonces entendió que su amiga Clara, que había caminado mal desde su nacimiento, tenía el don de su voz de terciopelo; o Miguel con su piel oscura, era el mejor escribiendo poesía; y ni que hablar de Magdalena, que le llevaba una cabeza a todos en el salón y tenía el corazón más noble que hubiera visto jamás.

Hubiera podido seguir con aquella deliberación, con todos los niños de la escuela, pero entonces lo entendió, solo una cosa hacía la verdadera diferencia… los que  tenían miedo o vergüenza y los que no, y entonces… ¿dónde había comenzado aquello?

La respuesta era tan fácil, que no siempre podía verla… en el AMOR con que cada uno se había descubierto a sí mismo.

Clara, Miguel, Magdalena o Ligia, eran mucho más que su caminar, que su altura, su tamaño o su piel, eran aquello que residía en ese rincón perfecto de ellos mismos, eran, el silencio de sus miradas hablando, cuando ofrecían su color y su morada.

 



SOY LA VAGINA

(español)

Sí, soy la VAGINA.

Estoy en un lugar perfecto de tu cuerpo. A veces me pregunto por qué las personas nombran al brazo, brazo; a la pierna, pierna; a la nariz, nariz… y a mí me inventan tantos nombres que no reconozco.

Rara vez sé cuándo hablan de mí.

Estoy entre las piernas de todas las mujeres, para ayudarlas a ser, a disfrutar, a crear.  Soy el camino por donde nace la vida, soy el canal por el que fluirá la sangre que te dio vida. Quisiera que supieras de mí, de la tibieza que me habita, de la oscuridad y el silencio que allí existen.

No temas nombrarme, no temas lo que en mí ocurre, no temas…

No hay flores en mí, aunque sí las hay, no hay abejas, aunque sí las hay, no soy el coquito, o la cueva, ni la chuchita, ni la pucha, ni la panocha, ni la chichi. Me llamo vagina.

Tenemos el derecho, mujer hermosa que despiertas, a nombrarnos, así como tú has sido nombrada al nacer, como Luisa, Rebeca, Xochitl, María o Ana… de igual manera yo he nacido contigo y me llamo vagina; porque tengo el derecho bien ganado de ser uno de tus centros.

Si aún no lo sabes, pronto lo comprenderás. Es hora que nos conozcamos.





 ADA CON “H”

(español)

Hay niñas o niños que al momento de nacer, les encargamos una tarea, les llenamos las manos y el corazón de pedidos, expectativas y esperas.

Ada sin “H”, llegó a esta tierra con un morral lleno de nubes, margaritas, mariposas y tréboles de cuatro hojas; sin embargo, en la sala de parto, al recibirla, el doctor tomó aquel morral dejándolo en la repisa del olvido, y entregó a la pequeña Ada sin “H” a los brazos de su mamá.

Desde aquel día, hubo en su vida, muchas esperas… se esperaba que fuera fuerte, buena y diligente; la esperaban perfecta, alta y pequeña, y a la vez hombre, mujer, caballero y princesa.

Ada sin “H” iba creciendo, sintiendo que le faltaba algo.

Una noche soñó que una maga le regalaba una bolsa de colores, llena de magia, lápices, arco iris, sogas para trepar a los árboles y talismanes; al despertar vio que sus manos estaban vacías y se preguntó dónde habría quedado aquel regalo perfecto. En ese instante, algo la distrajo y olvidó su sueño, su bolsa de colores, los talismanes y los arco iris; su mamá la peinó con un lazo firme que ataba su pelo rebelde, la vistió de Ada sin “H” y la llevó al colegio.

Al entrar al salón, se encontró con su amiga Clara, quién tenía un regalo oportuno para sus olvidos y sus manos que esperaban. Era un sobre rojo y en su interior una carta de “mejores amigas”, esa que tal vez, todos alguna vez recibimos. La carta comenzaba: “Querida Hada, te quiero por ser mi mejor amiga, la niña más linda del salón y la que siempre me recuerda, que soy mucho más, que lo que creo soy…”

Ada no reparó en la “H” que acababa de adquirir su existencia, pero supo claramente…claramente, clara,  que a veces llevamos mochilas con muchas cosas que no nos pertenecen, ni sabemos qué hacer con ellas, y otras olvidamos en un estante de cualquier hospital, nuestro morral de tesoros. Esos siempre serán nuestros, esos no pesan, se vuelven alas en lugar de cadenas.

Aquella mañana aprendió algo nuevo de su amiga, a quién hoy casi no recuerda, debía detenerse, observar, degustar; pasaron algunos años de aquella infancia buena y un día amaneció con su cabello revuelto, con las letras de su nombre multiplicadas y con sus manos llenas de ganas, se subió a sus pies de hada y fue en busca de su tesoro de colores nuevos… y lo encontró, por supuesto que lo encontró y se encontró en un morral de un estante, entre muchos grandiosos desconocidos, tan parecidos a ella.







LA MAESTRA DE HISTORIA

(español)

La maestra de historia entró al aula, dejó sobre el escritorio sus libros, una pequeñísima caja de madera y un reloj de arena.

Nos saludó a todos, como acostumbraba, con un gesto que no le había conocido hasta ese día, un gesto que treinta años después, comprendí.

Tomó una tiza, dibujó una especie de torre o pirámide en el pizarrón y dijo que nos contaría un cuento, nuestro propio cuento. No necesité mirar a mis compañeros, para descubrir que sus caras de asombro, eran iguales a la mía, y comenzó…

Había una vez, un edificio gigante, que la gente había comenzado a llamar, templo; allí llegaban los que querían saber lo que no se conocía. El templo, tenía siete pisos escalonados de menor a mayor.  Gerardo, que solía poner todo en duda, levantó su mano e interrumpió:

-          Disculpe profesora, ¿no será de mayor a menor? Nunca he visto un edificio que su piso más bajo, sea más pequeño que el superior…

Ella continuó… el templo tenía siete pisos escalonados de menor a mayor; algunos que intentaban subir al último piso, se caían, y la mayoría ni lo intentaba.

Pero entonces un niño, tomó distancia, se paró a unos cuantos metros de él y torció su cabeza, como queriendo verlo al revés, luego se puso de cabeza, haciendo una pirueta sobre sus brazos y manteniendo el equilibrio, todo lo que le fue posible. Finalmente se volvió a parar sobre sus pies, tomó un lápiz y un pedazo de papel que tenía en su bolsillo y dibujó.

-          ¿Qué dibujó? – volvió a interrumpir Gerardo.

La profesora sonrió y siguió con la historia, explicó que el niño había intentado ver lo que no entendía desde otro punto de vista, y que desde aquel día en el pueblo cercano al gran templo, muchos vieron en él, lo que no habían visto hasta ahora.

Y entonces nos preguntó:

-          ¿Qué ven ustedes en el pizarrón?

Hubo un primer instante de silencio y luego Gerardo volvió al ruedo, dijo que parecía una pirámide al revés; Nelly comentó que un edificio muy extraño, yo me animé a opinar que me costaba ver un edificio, y uno a uno fuimos sugiriendo cosas muy parecidas.

Antes de terminar la clase, Gerardo preguntó qué había dejado sobre su escritorio y “ella” volvió a sonreír.

-          Gracias Gerardo, por intentar estar de cabeza. A veces solo vemos lo que nos muestran y no nos animamos a mirar de otra forma o para otro lado. La vida es todo, lo que se tropieza con nosotros, lo que evitamos ver, lo que amamos y lo que olvidamos. Para aprender historia, tendrán que empezar por conocerse a ustedes mismos… habrá imágenes que los distraigan, relojes de arena que los apuren, libros que les ayuden; pero muy de vez en cuando, aparecerán pequeñas cajitas que les mostrarán de qué se trata todo el cuento. Ellas serán las que los inviten a despertar su curiosidad, las que los refugien cuando sientan miedo, y las que guardarán un pequeño papelito doblado siete veces, con el secreto que pretenderán esconder de sus propias vidas. Para eso existimos los profesores de historia, para buscar cajas, para abrirlas, para develar secretos y dar vuelta los relojes del tiempo.


FIDEL EL JARDINERO

(español)

Fidel era el jardinero del pueblo.

Él había colaborado en el nacimiento de Rosas, Margaritas, Azucenas, pero también de Repollos, Jacintos y Narcisos.

Cuando alguna de las vecinas tenía problema con la tierra, con el riego o hasta con la alegría, ahí llegaba Fidel a poner templanza y fortaleza; “es que hacer nacer las cosas, no es tarea de aventureros”… solía comentar.

Él tenía “mano verde”, como dicen las abuelas y las tías, y sobre todo consecuencia en esto de escuchar la vida que crece. Una noche de luna nueva, ocurrió algo que nadie hubiera imaginado, a todas las vecinas al mismo tiempo, les brotaron sus retoños, pimpollos e incluso los trasplantes que todos daban por infructuosos.

El teléfono de Fidel comenzó a sonar sin parar, de hecho, mientras él hablaba, el teléfono seguía sonando.

-          ¡Necesitamos la presencia de Fidel! – decía un coro de maridos ansiosos y abrumados por los jardines de sus esposas.

Fidel como solía hacer ante “las lunas nuevas”, se sentó en su propio jardín a hablar con sus albahacas, perejiles y calabazas. Todas hablaron con palabras sensatas y plenas de amor, era tan simple la tarea…

             “r e s p i r a ,   r e s p i r a ,   r e s p i r a”, y luego… respira.

Como aquel jardinero era hombre de principios, respiró, respiró y respiró.

Todo fue perfecto, llegó a tiempo a todos los nacimientos, porque decía mi abuela, que nadie llega ni un minuto antes, ni uno después; por eso cuando la luna volvió a crecer, ya se podían oler mañanas plenas de Azucenas, atardeceres dulces de Azahares y noches profundas de Narcisos.

Si tú eres jardinero… respira, respira, respira, y confía en el poder de la luna, sobre todo si te llamas Fidel.

 


AMANDA
(español)

Definir a Amanda no era una tarea sencilla. Algunos días se despertaba inquieta y movediza,  y toda la familia le vaticinaba un rotundo éxito como bailarina o gimnasta; pero había días en que la serenidad y la templanza hacían de ella un perfecto Ángel, y entonces se perfilaba como maestra o escritora. Si hubiéramos escrito un cuento con cada una de sus probabilidades,  Amanda sería la mejor historia del mundo.

Un día se llamó a silencio y ya ninguno de los allegados podía vaticinar nada. Llamaban por teléfono queriendo conocer algún cambio, sin embargo no había nada que reportar.

Promediando ese tiempo de silencio quietud,  tuve un sueño. Yo estaba en mi cama a punto de dormirme,  como realmente lo había estado hacía unos instantes,  y ella se me acercaba, así, como siempre la había visto,  con su piel blanca rosada, sus piernas rollizas, su cabello revuelto y su sonrisa permanente.

Me hablo con tanta belleza y claridad,  que no tuve opción para el enojo o el rechazo... venía a despedirse, me hablaba suavemente mientras acariciaba mi mano que colgaba del borde de la cama. Me dijo lo esencial,  que me amaba y que lo compartido había sido perfecto.

Cuando desperté sentí la tibieza en mi mano que su caricia había dejado y me estremecí.

Como suele ocurrir con los sueños,  brinque de la cama y casi no podía recordar lo soñado; baje a preparar el desayuno,  me estire para llegar al estante de la granola y sentí una fuerte puntada en mi vientre.

Todo el sueño pasó ante mí ojos, recordé sus palabras y su mirada, la despedida y el amor... y supe claramente que ella se había ido.

Hay hijos que llegan así, sin llegar, aunque sus presencias hayan sido sin salir jamás de nosotras mismas. En cambio, hay otros hijos que se van yendo de a poco, y los que aferramos al ruedo de nuestra falda.

Amanda estuvo con nosotros solo 157 días,  el tiempo exacto para comprender de qué se trata el amor.



LAS ALAS
(español)

Recuerdo que cuando era chica me llamaban la atención los animales que tenían alas y no podían volar… como las gallinas. Hasta que entendí que las alas tienen distintos usos.

Las gallinas por ejemplo, las usan para cobijar a sus pollos.  Y esa es una gran utilidad, mantenerlos calentitos en el hueco del ala.

Ya más grande, me dediqué a observar dónde nos salían las alas a los humanos; esta era una tarea un poco más difícil. Pude darme cuenta que algunos y algunas tienen las alas como las gallinas, que les permiten hacer voladitas cortas como saltos, y a eso no se le podría decir volar, pero son excelentes cobijadoras y cobijadores.

Hay otros que tienen alas en las sienes, al costadito de la cabeza, para que las ideas los eleven y viajen a lugares donde nunca sus pies han estado.

Después estamos los que tenemos alas en los pies, esos sí somos andadores, volamos de lugar en lugar, conociendo cómo sonríen en otros sitios del mundo.

Pero hoy, me encontré con alguien que tenía alas donde nunca me hubiera imaginado… en  la boca. Sí, aunque no lo crean, o acaso ¿vieron alguna vez bocas con alas?

Pareciera que no están allí, pero bastan algunos silencios, unas cuantas historias, unas muchas ganas de aquerenciarse y a las bocas de estos seres, les aparecen alas.  Hasta he percibido que esas son multicolor, me tomé el tiempo de observar lo que provocan, pues no es lo mismo que elevarse del suelo o surcar las nubes… ¿o sí?

Los seres que tienen alas en la boca, tienen su corazón templado, no son vehementes, ni arrebatados, más bien disfrutan el escuchar, el sentir, lo diferente, lo bello, lo impermanente; los seres que tienen alas en la boca, se los conoce como cuentacuentos. Busca uno en tu camino, pues cada ser humano, tiene uno cerca, no dejes de encontrar al tuyo, porque en su infinita bondad, te regalará alguna de sus plumas, y si te dejas, tal vez a ti también, te salgan alas en la boca.




EL BANQUITO DE MAMITA

(español)

Desde que tuvo uso de razón, Mamita se sentaba en un banquito a ver la vida.

Ella decía a quién quisiera escucharla, que todo se veía distinto desde allí, porque su banquito tenía la altura exacta para que sus ojos apreciaran lo que ocurría en los arribas y en los abajos, permitiéndole además que su corazón escuchara lo que estaba en medio. A pocos les interesaba eso, ya que los bajos creen que lo que anda por el suelo es la única verdad y los altos sienten que el cielo es el lugar perfecto para apreciar el mundo.

Mamita sin embargo había aprendido que la vida andaba por los medios, los abajos y los arribas.

Los días que se sentaba a ver sólo los abajos, descubría el andar sigiloso de las lombrices y los gusanos; los días de tormenta, amaba sacar su banquito a la puerta y debajo del alero sentarse a mirar el cielo con sus manojos de nubes grises y sus relámpagos brillantes… pero los días que miraba el medio, veía las cinturas de los caminantes. Sus andares tenían el ritmo único de la tambora y de sus corazones.

Mamita cuenta historias que ha observado desde el banquito, y asi ha descubierto que el mejor lugar del Universo… son los adentros.



LUCÍA
(español)

Se mudaron el 10 de marzo de 1931.

Rosalía nació cinco años después, y luego llegaron los gemelos, Roberto, y muy finalmente, Lucía, cuando ya nadie esperaba nada. 

Nada de nada.

A medida que pasaban los años, los grandes empezaron a irse, pero parecía que Lucía había nacido para quedarse allí, con sus padres, con la casa. Ella era diferente; rara, decían los vecinos.

Cuando avanzaba el otoño, la casa tenía días de limón y otros de azahares y naranjas; hasta el rincón más extraviado de aquellas paredes olía deliciosamente a ternura de tarde de domingo con café y pastel de naranjas.

Si no hubiera sido por Lucía, tal vez sus padres se hubieran ido antes, pero un día, también se fueron.

Poco a poco la casa dejó de oler a ternura de domingo, los postigos siempre cerrados y el umbral de mármol se fue oscureciendo, llenando de hojas secas, que a veces permanecían por semanas en el mismo sitio.

Un día Lucía se fue al mercado, y un hilito de la casa se le enredó en su dedo meñique. Dicen los que por allí pasaron, que la casa se fue destejiendo tras ella, como siguiéndola, como amándola.

Hoy, allí, existe un gran terreno baldío, y  hay quién jura que en ese sitio nunca hubo nada, mientras otros aseguran seguir oliendo a naranja, azahares y limones; claro que son aquellos que casualmente “tejen”.

Yo he elegido la versión que habla de una Lucía que anda destejiendo casas, para volver a tejerlas, donde encuentre un buen horizonte, con suelos pródigos para tejer raíces, sueños, pasteles y colores nuevos.

Lucía y su casa estaban a pocos kilómetros de la frontera Siria-Turquía; vivía en la ciudad de Alepo. El 14 de marzo de 2011 salió al mercado y nunca pudo regresar a su casa, llevaba una pequeña bolsa para poner las verduras que necesitaba y unas pocas monedas, pues no haría una compra muy grande. Tenía un vestido café, su cabeza cubierta y una pequeña tristeza.

Al dar vuelta en la esquina, un estruendo golpeó su cuerpo y su alma… ella cree que su alma quedó allí, nunca se fue de Siria; su cuerpo pudo levantarse, no podía escuchar nada, estaba aturdida pero intentó caminar algunas cuadras, pensó volver a su casa sin embargo una fuerza inexplicable la hizo alejarse de su barrio, de su ciudad, y caminó hasta reconocer que el paisaje había cambiado y había llegado la noche.

Lucía hoy vive en Antioquía, Turquía, su único anhelo es volver a Siria, poder destejer su casa que se le ha quedado ovillada en su mano derecha, volver a plantar el naranjo de su patio y recuperar su alma que quedó tirada en la esquina de su casa.




LA ESPADA
(español)

Cuando Asaf recibió su regalo de cumpleaños número seis, supo que su papá lo había escuchado. Era un paquete largo y delgado, envuelto en un paño azul con un cinto en su extremo, que sin dudar desató y como si hubiera sido una funda destellante, emergió de su interior “la espada”.

Siempre había querido una, después de haber escuchado a su abuelo contar la historia del Rey Arturo, Merlín y aquella espada en la piedra. Asaf creía que este mundo necesitaba espadas como esa y quién las usara con la misma valentía.

El padre de Asaf, era herrero, aunque amaba la madera… callado, sombrío, corto en los afectos y con su entrecejo siempre fruncido, sin embargo, con su mejor madera, que solo utilizaba para las cosas verdaderamente importantes, había tallado la espada que hoy haría justicia en las manos de un valiente caballero.

Así que cuando el cumpleaños terminó, él mismo hizo su lista de “situaciones” que podían requerir  de su espada; se dio cuenta que eran muchas: acabar con las serpientes del desierto, o defender a una princesa hindu y casarse con ella.

Asaf fue creciendo y cada vez veía menos a su padre y las pocas veces que llegaba a casa antes del sueño, solo se escuchaban gritos y enojos con mamá. Él se dormía mirando su espada e imaginando todo lo que podría defender con ella… pero recordó que las espadas obedecen a quienes las han fabricado.

Una noche, antes de su cumpleaños número diez, los gritos fueron muy fuertes hasta que imprevistamente se detuvieron y el silencio se hizo pesado y llenó cada ambiente de la casa.  Asaf, se levantó, tomó su espada  y bajó sigilosamente la escalera con sus pies descalzos. Su mamá dormía extrañamente en el suelo y su papá se sostenía la cara con ambas manos, parado a dos metros de ella. Asaf se paró junto a su mamá, velando su sueño, y dibujó en el suelo una raya con su espada, que dividía la vida en buenos y malos, su papá quedó del otro lado y él supo que las espadas no siempre eran para matar, la de él servía además, para hablar claro y preguntar a quién se animara a responder…

¿De qué lado de la vida, se quería estar?




EL ÁRBOL DE LOS MAGOS
(español - inglés) 

En el reino de las makis, en las tierras altas de la Cordillera,  el ARBOL DE LOS MAGOS se hizo adulto.  Dicen los que lo vieron, que todos los días brotaba uno como flores de primavera; hasta que una noche, por fin, del mismo árbol brotó la primera estrella que subió directo a lo alto, a lo negro del firmamento.

Esa fue la primera noche de los tiempos, hubo fiesta, música y baile, y la princesa Illa, la que trae ventura, digna de confianza, se acercó al jardín con su vestido de bailar, sus zapatos de huayno, su corona de imaginar, y su sonrisa de vivir... y en su cuello, el talismán de las palabras brillaba como nunca lo había hecho antes.
Cuando se acercó al bailadero, los magos y las magas que recién habían brotado, formaron una rueda a su alrededor. Muy silenciosa y sigilosa llegó por los bajos de esa primera noche una visitante que no había sido invitada: la serpiente, guardiana de todos los secretos del Universo.
En la entrada del jardín, dos cuidadores makis, APUMAYTA el noble señor bondadoso, y ARUWIRI el poeta y compositor de canciones, la dejaron pasar; ya que entendieron que no había problemas porque ninguno de los invitados presentes estaría guardando un secreto.
Sin perderle pisada o arrastrada, le sugirieron que no se acercara al árbol de los magos, cosa que la serpiente con un largo bostezo dio por entendido que no haría.
Mientras se deslizaba entre los invitados para pasar desapercibida, sintió algo apetitoso, "alguien" entre los danzantes, tenía un GRAN secreto; y no tardó en descubrirlo. Su largo cuerpo tornasolado, fue hasta los pies mismos de lo oculto, y mirando desde "los abajos", increíble perspectiva para muchos descubrimientos, vio que bajo la falda de esa invitada, asomaba una cola de sirena.  Siempre había sabido la serpiente, que la realeza era la que guardaba los más jugosos secretos, por lo que no tardó en llegar a los oídos de Illa y proponerle un "trato conveniente", ella sería capaz de quitarle su cola de sirena para siempre y devolverle sus piernas humanas a cambio de su talismán de las palabras.

Illa que tanto amaba bailar, miró con infinita compasión a la serpiente y agradeciendo "la propuesta", le explicó que hacía mucho tiempo había aprendido a sumergirse en las aguas más profundas y que aquello, no era tan malo como parecía...





YANA, LA SIRENA
(español) 


Yana vivía en el lago de los placeres, un gran espejo de agua, en el que sólo podía ver el reflejo de ella misma.  Por eso no dejaba de admirarse y preguntaba a cuanto animal, persona o cosa que se le acercaba cuál de sus partes prefería más, si al pez o a la mujer que la habitaban.

El árbol de la orilla, sabio y paciente, le sugirió que observara su entorno, pero tanto se había observado en el espejo de sus tristezas que ya no entendía lo que sus ojos le contaban.  

Preguntó entonces a un caminante que descansaba bajo la sombra de ese árbol bello, y éste le habló de su cansancio, y del camino, de lo difícil de la vida y de que no comprendía para qué querría dejar ella la tranquilidad de esas aguas.

Entonces llegó la bruja Sisa, la inmortal, la que siempre vuelve a la vida, que por otra parte aquella noche de cuentos esperaba su turno para contar su propia historia, y le explicó: "tú eres pez y mujer, y  a ninguna podrás matar".

Ya estaba considerándolo cuando vio volar sobre ella al ser más majestuoso que conoció jamás; MALLKU, el cóndor, el rey de los cielos surcaba el aire dueño del tiempo. Viéndolo volar, sintió que ya nada le importaba y que ella sólo quería lo que él tenía: LIBERTAD.
Mallku, dejó su vuelo y bajó hasta el lago. Él se presentó en un amanecer silencioso, y mirándola directo al corazón, como se observan quienes van a decir un secreto de amor, le contó sobre la clave de su libertad.  Sólo amándose profunda e inmensamente sería libre, bella y única, y que sólo los seres mágicos son los portadores de misterios, esencial ingrediente para que los mejores mentirosos y cuentacuentos, sigan llenando de relatos las noches sin estrellas y sin lunas...





PITAKUY Y LAS HILANDERAS
(español)

El pueblo maki es tan bello y perfecto que en casi todos los atardeceres el sol no quiere ocultarse, para quedarse viéndolos un rato más. En esa pequeña aldea de muñecas tejidas, todos tienen la piel más suave que podría encontrarse, ésa que se inicia en el extremo de un ovillo de lana de vicuñita.

Para eso, las makis hilanderas o kusi kusi, (mujer araña), se reúnen al finalizar el tiempo de carnaval;  ellas ingresan a la cueva de la vida, donde  celebran el tiempo del Pitakuy (tiempo de “tejerse”), un momento maravilloso en el que se encuentran con el sabio del lugar, para elegir las lanas que cobijarán a las makis bebes que nacerán ese año. Eligen el color y  la tensión del tejido que definirán la bondad y dulzura de cada pequeño bebé, y según  el brillo de la luna durante los nacimientos, sabrán sobre el latido de sus corazones o la alegría de su mirada. 

Las kusi kusi tejen en telares hechos de maderas del manzano dorado del bosque, por eso los que las vieron tejer, saben que por las noches esos telares brillan de verdad y huelen a manzana. Pero el mayor secreto, no se los puedo contar aún...

Sólo  si se animan a aprender a tejer en un telar, todo puede pasar.

Dicen los que aprendieron aquellas artes que si las manos se entrelazan con las lanas de un telar y desaparecen entre los colores, un niño maki nacerá al calor de tus palmas y que esa magia será la caricia perfecta que jamás te abandonará.

Hacer nacer un niño o una niña, es haber colaborado con la belleza para que este mundo sea un poco más inocente, sensato, amoroso y esencial… como realmente es, solo que a veces, lo olvidamos y las kusi kusi tienen que volver a hilar para tejer más niños de estambre.


LAS TEJEDORAS

(español)

Cuando Alicia tenía cinco años comenzó a preguntarle a cuánta abuela, tía y mejor amiga que se le acercara ¿quién construía las cosas?

Generalmente recibía como respuesta, otra pregunta.

-          ¿Qué cosas? Pues no es lo mismo una cuchara que un zapato.

-          ¿Las cosas o las casas?

-          ¿Las cosas lindas o las cosas feas?

-          ¿A qué te refieres?

Pero respuestas, nada…

Una tarde acompañó a su tía abuela Leonor a su clase de tejido y le gustó muchísimo que muchas señoras grandes y no tanto, se reunieran a tejer, contar historias y comer galletitas de limón. Por esos días Leonor estaba intentando enseñarle a tejer a Alicia y al mismo tiempo terminando un tapadito para su prima, pues el otoño ya estaba dejando paso al invierno, y había que apurarse.  Entonces Alicia, pensó que ese era un buen lugar para intentar hacer su pregunta nuevamente, sin duda, alguna de todas esas mujeres tendría la sabiduría de darle una respuesta acertada.

Mientras Jeremías se comía las miguitas que iban cayendo al suelo y las agujas hacían una canción con su repiqueteo, al ir dando vida a bufandas, tapaditos, calcetines y sombreros, Alicia preguntó:

-          ¿Alguien podría decirme, quién construye las cosas?

Esta vez todo fue diferente. Algunas tejedoras se miraron con una sonrisa pícara y otras se rieron abiertamente, pero nadie contestó con una pregunta, hasta que Rosita Urdimales, la más joven, pero más antigua del grupo, contestó:

-          Nosotras.

Los ojos de Alicia se volvieron dos soles resplandecientes, y las palabras parecían acumularse en su garganta sin poder salir, estaba tan feliz y sorprendida con aquella respuesta, que no podía esperar el cuento que seguiría a aquel simple “nosotras”. Sin embargo, nadie dijo nada más y siguieron las agujas fabricando cosas esenciales para que la vida fuera: ponchos, estrellas, papalotes, semáforos, barcos, cucharones, mariposas, gatos, árboles y margaritas.

Podría seguir enumerando, pero ese sería otro cuento, el que habla de quién hace nacer a las tejedoras.




CHUYMA, EL HOMBRE CORAZÓN
(español) 

- ¿Serían capaces de ver aquello que no se ve?

Y CHUYMA, el hombre corazón dijo que él podía ver el amor. Ninguno de los presentes se sorprendió porque sin dudarlo, Chuyma era el más amoroso de todos los hombres maki. Él había amado sin ver a la princesa que vivía del otro lado de la alta Cordillera.

Chuyma se llamó a silencio y Sisa contó su historia.

En las tierras calientes que existían del otro lado entre el mar y las montañas vivía un rey que amaba tanto a su hija, que buscó para su cumpleaños el regalo más inmenso que pudo encontrar.  Aquel rey, ciego de toda justicia y humanidad había sido el primer hombre en cazar una estrella, para regalársela a su hija como joya eterna; sin imaginar jamás que esa joya sólo brillaba en el cielo, pero en la cabeza de la princesa se había convertido en hielo y un sueño eterno,  lo cual la dejó inmóvil para siempre.

Cuando Chuyma se enteró de la historia, cruzó las alturas, atravesó el sol, voló sobre la nieve, para llevar a la princesa lo único que podría salvarla.  Un pequeño cofre que su padre le había entregado con todos los abrazos que cada humano había dejado de dar; porque el padre de Chuyma había pasado su vida recolectando abrazos no dados u olvidados en el fondo de las manos  de los humanos, para que un día su hijo con el corazón más amoroso que había existido sobre la Tierra, los regalara a la frialdad más extrema que encontrara.

Al llegar ante el rey y su hija dormida, con su cofre lleno de abrazos, lo abrió y liberó unos cuantos que rápidamente volaron hacia los hombros, la cintura y las mejillas de la princesa.  Ella reaccionó instintivamente con un suspiro tan profundo, que aunque el sol reinaba en el cielo, la nieve cubrió el palacio.  Luego entreabrió sus ojos y vio a Chuyma parado frente a ella.

El hombre, de corazón inmenso, no quiso mirarla y perderse en su mirada y simplemente abrió la caja, dejando salir algunos abrazos más que la rodearon y acariciaron con inmenso amor. Recién en ese momento Chuyma se acercó a la blanca piel de la princesa, la tomó de la mano y besó sus ojos, para que estos se abrieran del todo.
Desde aquel mediodía en las tierras altas que van del mar a la Cordillera, cada vez que la nieve cae es un recordatorio para los humanos de que el abrazo es la única medicina que cruza fronteras, viajando entre las nubes y resucitando corazones dormidos.





LA MUÑECA DE ORO
(español)

Había una vez un pueblo tan pequeño que no existía en los mapas, pero sí en los corazones de los que alguna vez habían pasado por allí. Y quiero ser precisa en lo que digo... “en los corazones de las personas que habían pasado por allí”; no así en los de sus habitantes. Ellos, se hacían trampas, formaban bandos en los que colocarse para tener cotidianamente una lucha que pelear.

Un miércoles de enero a las once,  llegó al pueblo, ella. Con una valija pequeña, llena de lo esencial, su recetario de cocina, el de elixires,  frascos con todas sus especias  y  uno con besos de su abuela.

Recogió su pelo, lo escondió debajo del sombrero de ala ancha y caminó hasta la siguiente colina donde se divisaba el blanco palacio donde vivía la Reina madre.

La Reina la recibió inmediatamente en el salón de los colibríes, donde cientos de ellos se acercaban a beber agua dulce de la palma de su mano. Fue directo al punto, el pueblo necesitaba su magia efectiva; habían dejado de creer, de sentir, y de amar. Su majestad contó que lo que aquejaba a los habitantes era el “mal del entrecejo”. El enfado, la irritación, la pereza y el juicio se habían instalado entre la ceja izquierda y la derecha de todos los habitantes del pueblo, provocando que ambas casi se juntaran en un gesto de disgusto permanente.

Por eso ya no comprendían el milagro de oler el pan tostado, el placer de cosechar ciruelas o cerezas, la curiosidad en buscar hongos, el beso, la mirada, el susurro. Ella se tomaría todo el día que restaba para pensar a la orilla del río, hasta que tuvo una idea.

Regalaría a cada persona que reconociera con “el mal del entrecejo”, una pequeña muñequita tejida que llevaba en su bolso, diciéndoles…

-          Te regalo esta muñeca,  si le cuentas tu historia y le pides lo que desees, te regalará felicidad. Luego, deberás hacer lo mismo y regalarla a la primera persona que te cruces.

Ella convenció a todos para que recibieran la muñeca y le contaran su historia, para desahogar  su pena en aquellas pequeñas muñecas de trapo. Poco a poco los entrecejos fueron mejorando, la ceja izquierda y la derecha volvieron a sus respectivos lugares. Un día alguno de ellos pudo por fin, pasar su muñeca a un otro pues ya podía sonreír.

Nadie en el pueblo supo que había padecido el “mal del entrecejo”, porque nunca se habían mirado de verdad; pero una tarde de septiembre cuando el sol volvió a encender los árboles la mujer sintió que la tarea estaba cumplida y ya debía irse.

Todos habían vuelto a creer en su propio brillo, cada uno de ellos había colocado sus muñecas en las puertas de sus casas, que ahora brillaban como el oro; ellas, se habían convertido en el reflejo de sus bellos corazones, y ahora comprendían el significado de los tiempos de templanza y serenidad.



LIZZETH
(español)

Lizzeth era delgada y alta como una espiga. Tenía su piel del color del chocolate dulce, no del amargo, y su mirada amarga, que una vez fue dulce.

La primera vez que la vi danzar, lo hacía entre los autos, con un vasito en la mano, que agitaba provocando una música de agua que la volvía más bailarina aún.

Imaginé  la maravilla y el talento que regalaría  en otros escenarios de majestuosas ciudades,  sin embargo,  allí muchas veces las bailarinas como Lizzeth  solo brincan en el asfalto.

Cuando mi mirada se detuvo en ella, dejé de escuchar bocinazos o el murmullo de los transeúntes, y un vals acompañó  sus pies ligeros y sus brazos extendidos, su cuello largo y su cabeza en alto… grácil, etérea.

Su falda se convirtió en el cuerpo de un cisne que se negaba a morir y solo necesitaba una vuelta más, un salto, una acrobacia que la deslizara sobre un lago imaginario, que deseaba verla flotar, así con sus alas juntas o desplegadas. Un demi plié perfecto la ayudó a levantar aquella moneda de oro que escapó del vasito-alcancía, y al hacerlo, con gracia y armonía se enderezó espléndida en su andar de prima ballerina y aplaudí tan fuerte que los taxistas, los acróbatas, los oficinistas y la señora del mandado se asustaron.

No podía dejar de aplaudir y vitorear su talento, su magia: tanta fue mi alegría que todos repararon en ella, vieron sus últimos movimientos y gozaron de su final triunfante al extender su cuerpo como gacela y esquivar al camión recolector de basura… ellos también se detuvieron, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras aplaudían su gran pas de deux mientras ella se sostenía del semáforo de la esquina.

Mi corazón se elevó por unos instantes en que perdí la noción de mi lugar en este mundo, no era fácil identificar si todos los que habíamos degustado el espectáculo salíamos de la Scala de Milán o era un mal sueño y rondábamos todos por las calles fronterizas del abismo.

Lizzeth siguió caminando con sus pies de bailarina por el mismo mal sueño fronterizo, sin embargo, algunas noches, dormida entre cartones, se coloca sus zapatillas de baile, su falda de raso y seda, sujeta su pelo en un rodete firme y escucha la música más hermosa, que le regala el mar de su Haití amado,  y baila para taxistas, camioneros o señoras del mandado, los que saben sobre la verdadera magia de cisnes, bailarinas o migrantes.


LA OVEJA GRIS

(español)

En el pueblo de Villa Estambre todos se habían acostumbrado a ver ovejas de todos los colores; desde aquel invierno que llegó sin avisar y las encontró a todas sin abrigo, los borregos y las ovejas habían sido cubiertos con coquetos tejidos rosados con lunares blancos, rallados en azul y amarillo o de guardas multicolor.

Pues un día nació una oveja totalmente diferente, ella, nació gris.

Le pusieron Isadora, porque habían escuchado la historia de una bailarina famosa; por esto o por aquello, más allá de la bailarina, lo verdaderamente inquietante era su color.

El pueblo esperó que al llegar la primavera y destejerla Carmen, la tejedora de abrigos de oveja, le haría uno muy bonito y llamativo como a todas las demás, pero al esquilarla, sorpresivamente le iba naciendo lana nueva y gris. Nadie podía entender aquél milagro o caótica diferencia. No había forma de quitarle su lana.

Todo hubiera quedado en un dato de color, de una oveja del montón, sin embargo  había algo que  Isadora no era, una oveja del montón.

Para los que saben de ovejas, ella, era el montón.

Hubo inviernos que defendió a las ralladas porque la lana que habían usado en ellas, era de la peludita que da picazón; en algunos otoños  luchó porque los tejidos fueran del tamaño de cada una…  habían achicado los talles y Hermelinda ya no entraba en el tejido de dos inviernos atrás.

Podríamos decir que era una luchadora de todo tipo de causas, pero siempre había alguien que estaba en desacuerdo con sus reglas. Una tarde se cansó de no ser entendida y se fue sin hacer ruido al  otro lado de la colina, pocos preguntaron por ella, pues la mayoría sentía que era un alivio no tenerla exigiendo puntualidad en nada.

Aquí podría terminar este cuento, pero como toda buena historia, siempre surge lo inesperado.

Allí, del otro lado de la colina, donde se había ido a vivir, existía un zoológico con todo tipo de animales, por supuesto que ella no sabía lo que eran las rejas… y los animales tampoco, solo estaban allí,  entendían que era lo normal. Noche a noche, cuando los guardias se iban, ella se acercaba a las jaulas a contarles cuentos sobre sus hermanos libres que corrían o reptaban por las praderas.

Noche a noche los cuentos les recordaron la diferencia entre este y el otro lado de la reja, hasta que entrada la primavera un elefante despertó y se dio  cuenta que toda su fuerza era mayor que la puerta de su jaula, lo mismo ocurrió con el rinoceronte, con el león y la jirafa. Cuando todos estuvieron fuera, ayudaron a los más pequeños.

Y aquí otra vez podría terminar este cuento, sin embargo, del otro lado de la colina llegó la noticia, que una oveja cuentacuentos había liberado a los animales del zoológico, y Kimberly, quiso ir a conocerla, Marta Susana la siguió y el rebaño de las anaranjadas, también fue de la partida.

Hoy se cuenta de este y del otro lado, que hay cuentos que abren rejas, ovejas grises que creen en algo más que los lunares, las rallas o colores, y  un mundo de seres diferentes que solo esperan que los dejen ser.

Con el paso de los años,  Hermelinda, Kimberly y Marta Susana, se dieron cuenta que había mañanas que Isadora amanecía rojo carmín, y algunos atardeceres, morado claro.  De un día para el otro, nadie recordaba el gris, pues no había sido nunca una cuestión de colores, más bien de miradas, y en el andar se comprende, más tarde o más temprano, que eso solo se descubre al vivir.



LOS ARBOLES CAMINADORES
(español e italiano)

La aldea más antigua del mundo Maki, estaba rodeada de bosques, lo cual impidió durante muchos años que cualquiera llegara a descubrir su existencia, ya que a los humanos comunes les cuesta un poco ver lo que su corazón no cree, por eso la mayoría se perdía conocer el bosque de los manzanos de plata, o el de los antiguos abuelos que guardaban los nidos de amor que cada ser maki había depositado para no olvidar lo que era anidar; y sin dudarlo el movedizo bosque de los árboles caminadores, la mayoría de ellos, altos y delgados abedules plateados, árbol madre de todas las brujas.

Los pocos que conocían su existencia, sabían que ellos se habían refugiado en ese sector de las tierras makis, porque en un viejo tiempo inmedible, alguien había cortado los pies de muchos de los abuelos y los que quedaron habían preferido olvidar cómo usarlos.

Fue ARUWIRI el poeta y compositor de canciones, quién andando por los senderos tan musicales del viento y de las cascadas que suenan en el deshielo, el que encontró  el bosque de los caminantes.  Llevó rápidamente la noticia a Sisa, la bruja, la inmortal, y ésta sugirió no desobedecer la voluntad de no caminar de aquellos andariegos eternos; pero Aruwiri no quería resignarse a verlos detenidos y sin sus delicados movimientos de andar lento y cansino, por lo que fue a visitar a Yana, la sirena, para consultarle sobre su viejo deseo de caminar, de tener piernas y pies… Yana, por aquellos días feliz con su cola de sirena tornasolada, le pidió que olvidara su inquietud y  escuchara a Sisa.

Cuando Aruwiri volvió al bosque de los caminantes para tratar de entender, encontró algo inesperado, aquellos señoriales abedules andantes conversaban en susurros con Sisa, la bruja. El poeta y cancionero, llevaba como le era costumbre, su susurrador de cantar y recibir, que rápidamente colocó en su oído para tratar de escuchar lo que se hablaba en el bosque.

El más viejo de los árboles caminantes recordaba a Sisa, la urgente necesidad de practicar la tolerancia, que aceptaba y admitía otras formas de vida, porque sólo así existiría la sana pluralidad en la construcción de un mundo nuevo, solo así todo lo creado sería más amplio, diverso, suelto y abundante. Sisa que sabía muy bien sobre lo de “ser diferente” y aceptarlo, hizo silencio… un largo y escuchable silencio, tanto que cada palabra no dicha fue recibida por el susurrador de Aruwiri.

Sisa, la inmortal, la que siempre vuelve a la vida, pidió claramente… “fuerzas de la Creación, sean benévolas con los que vendrán, para que cada noche oscura sea recibida como una posibilidad de un sol naciente; sean igualmente amorosas con quienes viviendo cegados por el brillo del sol, puedan acostumbrar sus ojos a la noche estrellada; y sean sobre todo generosas con quienes aún duermen un sueño sin imágenes y denles la esperanza de ver volar a Mallku, el cóndor, rey de la libertad, para que desde ese sueño perfecto comprendan lo único urgente: LIBERAR LOS CORAZONES”.

Y así el poeta calmó su propio corazón y aceptó, mientras que Sisa por primera vez imaginó su cueva oliendo a pan de maíz recién horneado, con un sol de amanecer que pintaba todo de amarillo dorado, y cientos de niños rodeándola para escuchar sus cuentos de amor, que ella además, anhelaba vivir.







EL PEQUEÑO SECRETO
(español)

A las tres de la tarde, en la casa de la abuela, no volaba una mosca.  Aun cuando nos enviaran a dormir la siesta, como todos lo hacían, nosotras susurrábamos las decenas de travesuras que nos llevarían a una penitencia segura.

Aquello ocurría en la penumbra de la habitación de Leila y sus hermanas, cuando el cuarto se convertía en la cueva ideal para encontrar las respuestas que los grandes no querían darnos y nosotras, sabíamos que existían.

Todo empezó un 2 de enero de 1963.

Por la mañana había llegado el cartero con toda la correspondencia y como la abuela había salido hasta el almacén, Leila recibió las cartas. Hasta el día de hoy, ni ella ni yo sabemos por qué de todas ellas, eligió aquel sobre de papel delgado, casi transparente, escrito en tinta azul con caligrafía esmerada. Sin pensarlo, lo guardó en el bolsillo de su falda y al regresar la abuela, le entregó todas, menos esa.  Por la tarde, la carta en cuestión, fue nuestro juego.

Abrimos el sobre sin reparar en su remitente, ni en la posibilidad de resguardarlo, para luego volver la carta al mismo; sin conversarlo, habíamos decidido que nadie se enteraría de su existencia. Sería nuestro secreto.

Un 2 de enero, pero veinte años después, despedimos definitivamente a la abuela de Leila. Su madre y sus tías, se tomaron unos días para limpiar su cuarto, y nos pidieron a nosotras que las ayudáramos a juntar lo que se donaría a la iglesia, y qué objetos o recuerdos, conservarían para ellas.

Debajo de la cama apareció una caja de madera, íntegramente pintada con unas mariposas celestes y azules. Leila la abrió y comentó que estaba llena de cartas que alguien le había escrito a la abuela; unas atadas con un lazo celeste como las mariposas, otras con un lazo dorado, unas pocas con uno rosa, y otro montón con una cinta verde musgo.  La madre de Leila dijo que dejáramos la caja, que ella se ocuparía, y ambas nos miramos sin decir una palabra, mientras que nuestras miradas y corazones recordaron, “la carta”.

Hoy es 2 de enero, otra vez… Leila me invitó a tomar un té en la vieja casa, que ahora habita ella y su marido. Al entrar noté que no era la Leila que había conocido. Me hizo pasar al pequeño saloncito, que había sido la habitación de la abuela y ahora era una especie de recibidor con unos sillones raídos y sobre una pequeña mesa, dos tazas de té, una tetera, el viejo sobre, y todos los lazos que ataban las cartas de la caja de las mariposas.

Entre tés calientes, tibios y fríos, descubrimos juntas el significado de cada lazo, solo faltaba ahora saber, dónde debía haber estado la carta que había sido nuestro juego. La tarde se convirtió en madrugada, y nuestro secreto se nos reveló entre las penumbras y susurros de aquel cuarto de la niñez.

Nuestra carta pertenecía al atado del lazo verde, lo supimos pues el remitente decía: ciudad de Mar del Plata, como todas las otras de aquel montón. Lenka era la escribiente, había nacido en el Gulag de Akmolinsk, en Kazajistán, como la abuela,  y por algún maravilloso milagro había sobrevivido y logrado escapar, llegando en su adolescencia a nuestro país. Todas las otras cartas tenían el mismo origen, eran mujeres rescatadas de sus propias memorias por la abuela de Leila, para intentar seguir vivas de este lado de la vida. En cada uno de esos papeles amarillentos, había historias de amor, de todos los amores posibles.

Leila y yo decidimos esa tarde, que Lenka era nuestra, liberamos las mariposas azules de la caja y nos propusimos tejer cuentos y poesía con cada una de las historias, para que otras mujeres, y también hombres, entiendan lo que ocurre cuando un ramillete de palabras se convierten en la única forma de seguir vivos, aunque el corazón parezca haberse detenido al dejar de escuchar la dulce lengua de Kazajistán.




ILLA, BUNDA Y LA BIBLIOTECA
Un cuento de la India

(español)

Illa era una niña como muchas, inquieta, alegre y curiosa.

Solo había un pequeño detalle que la diferenciaba del resto, ella había nacido en un palacio en la India, su mamá era una reina y su papá un rey, así que ella era una niña princesa, igual que cualquier otra.

El palacio era un gran lugar de juegos, lleno de música, almohadones para dormir siestas que nunca deseaba dormir, campanas, cascabeles y colores brillantes. Solía andar descalza y su padre le decía cada mañana que no olvidara sus sandalias. 

En su niñez, su madre le contaba las más bellas historias, pues decía que un día debería contarlas a la gente, para alegrar sus oídos y sus corazones, desde aquel entonces, Illa también contó historias, su tierra era el hogar de los mejores cuentacuentos y poetas. Podría decirles que había una hora del día, donde los cuentos se escuchaban mejor… el atardecer; era una hora perfecta en que el río se teñía de color oro, para pasar luego al color naranja intenso y finalmente volverse morado oscuro como la noche.

Una tarde su madre fue a buscarla a donde muchas veces se acurrucaba, había una pequeña puerta por el costado de la cocina principal que daba a un jardín  y al caminar la orilla misma del río, terminaba en una roca inmensa, que con los años pudo trepar cada vez mejor; desde allí el oro del agua era real. Hasta ahí llegó su madre, con un collar de ámbar y turquesas en sus manos, por fin se conocían la princesa y el talismán de las palabras…

-          Mira hija, cada gota de ámbar es como una gota del río, llévalo contigo para que nunca olvides este atardecer, esta sabia serenidad, para que la unión del agua y el cielo, sea lo que te aliente el andar… y también a regresar.

 Y así lo hizo.

Después comenzó a contar la historia de una niña princesa que amaba las palabras y que había descubierto cómo regalarlas haciendo que se volvieran bálsamo, aliento, abrazo.

 -          ¿Qué es un bálsamo mamá? – preguntó Illa.

Y la reina usó un cuento para explicarlo… “Hubo una vez una escuchadora, la gran Samaya, ella escuchaba por igual, humanos, animales, plantas y estrellas, y preparó jugos de pétalos de rosas, de estrella fugaz, de destellos de luciérnaga, de claridad. Esas aguas mágicas ayudaron a muchos a volver a sonreír, cuando se enfermaban”.

-          ¿De qué estaban enfermos mamá? – preguntó.

Su madre explicó que los hombres estaban enfermos de muchas cosas, pero todas tenían el mismo origen, una origen, una pequeña perla negra, que muchos atesoraban buscando lograr lo que deseaban, o tener riquezas o ser inmortales; pero lo que pocos sabían es que esas diminutas perlas oscuras, crecían día con día, sobre todo, cuando el corazón estaba en sombras o cerrado. Esto podía llegar a matar a quién las atesorara.

 Quiso saber más sobre aquellas perlas, pero la reina dijo que no era necesario buscarlas, ella les dio un nombre, se llamaban “miedo”, y recomendó especialmente que nunca las eligiera; las piedras doradas de río y las turquesas se lo recordarían, pero si así y todo, alguien se las ofrecía, debía recordar que tenía en su corazón toda la sabiduría de las historias que se volverían bálsamo, como el embotellado por Samaya, la escuchadora. Y la mamá Reina aclaró…

 -          Para que el bálsamo tenga todo su poder, la escuchadora sopla sobre él, las más maravillosas palabras del mundo: “Había una vez”, y en ese momento se produce la magia que abrirá oídos y corazones por siempre.

 La cocina de palacio no era lugar para una princesa, sin embargo, ella siempre se las ingeniaba para esconderse bajo las mesas o detrás de alguna puerta para disfrutar de los olores deliciosos de aquel sitio mágico; además, era el pasadizo exacto para llegar a los jardines, al río, a su piedra.

 La hora de la siesta, era el mejor momento para colarse en la cocina, nunca nadie la descubría, ya que todas las mujeres estaban atentas preparando los dulces para la tarde; la abuela dormía su siesta, su padre era visitado por reyes extranjeros, y su madre leía nuevas historias para contárselas por la noche.

 A esa hora precisa, ella se volvía invisible a los ojos de todos y podía llegar a su amada piedra a la orilla del río, sin ser vista; por eso la tarde que su vida cambió, nadie se dio cuenta.

 El río estaba más manso que nunca, tenía el color naranja que solía tener en el atardecer, la orillita de la playa era una línea perfecta, e  Illa sentada en su lugar preferido observó el acercarse de una barcaza algo alejada de la orilla, en ella, una mujer alta, delgada, de piel oscura, vestida de amarillo oro, cubría la mitad de su cara y la observaba.

 Se sorprendió que no dejara de mirarla desde tan lejos, e imaginó que tal vez sería alguien enviado por su padre para castigarla por estar fuera de palacio, pero su corazón le decía que no. La mujer se mantenía de pie, en aquel pequeño bote, como única tripulante… la escena le recordó el cuento que su madre le había contado sobre la Maga Warayana y su barco propulsado por cien mil alas de mariposas.

 La mujer traía en sus manos un gran libro, en realidad lo abrazaba. Sin darse cuenta en qué momento, la barcaza se acercó a la orilla e Illa bajó de su piedra, la punta de los dedos de sus pies jugaban con el agua fresca; tendría Illa unos once años por aquellos días.

 Cuando estuvieron una frente a la otra, percibió que aquella mujer estaba levemente por encima del bote, como si el aire la sostuviera. Extendió sus dos manos, como deben darse los regalos, decía su padre,… y puso el libro en las pequeñas manos de Illa, donde según ella, debía estar. La historia de aquel libro eran los cuentos de todos los seres que aquella mujer había conocido en sus seiscientos ochenta y tres años de vida.

 Su nombre era Warayana, tal cual la madre le había contado, y si bien no pudo apreciar que las mariposas manejaran dicha embarcación, un bivaque de ellas, revoloteaba como una nube que la seguía. Al mirarla no pudo dejar de preguntar por qué tapaba su rostro con aquellas sedas y la Maga le contó sin entrar en detalles, que no todos los magos tenían la misma misión y que el mago de las tierras heladas, el custodio de las perlas negras, que tanto había mencionado su madre, la había herido hacía muchos años y ella prefería desde aquel día cubrir su rostro.

 -          Si no me lo hubieras preguntado, no lo habría recordado, pero sí recuerdo que la contienda ocurrió el día que él comenzó a liberar perlas negras por el mundo. Afortunadamente logré detenerlo, pero ya había soltado demasiadas sobre esta tierra… pero de eso no vengo hablarte mi dulce Illa, solo vengo a darte un regalo, para que tú le des un regalo al mundo. – dijo la Maga Warayana.

 Ella lo recibió con sus dos manos, y sintió un estremecimiento ligero sobre los hombros, en ese momento vio cómo el velo amarillo que la cubría a ella, la había envuelto también, y al alejarse su embarcación de la orilla, fue soltándose suavemente de su piel para quedar con la mujer mágica, como había sido en el inicio. No supo cuánto estuvo parada allí con la sensación de haber recibido un regalo que cambiaría su vida para siempre.  La vio irse, alejarse, hacerse parte del horizonte hasta desaparecer, cuando eso ocurrió, el cielo era azul negro y reconoció que el agua en sus pies se había vuelto helada.

 Al irse a acostar, su madre preguntó si quería un cuento, pero Illa preguntó si esa noche, podía ser ella la cuentacuentos, ya que tenía un libro nuevo. Explicó como pudo, de donde lo había obtenido, y con curiosidad su madre dejó que esa noche fuera ella la narradora, sin imaginar lo que ocurriría al terminar aquella última noche de su niñez.

 Los días que siguieron, visitó poco su piedra, prefería estar en la gran biblioteca de su madre que olía a miel y canela, con unos comodísimos almohadones para recostarse a leer el libro que había recibido de regalo. La biblioteca era un capítulo aparte en aquel palacio…

 Su rincón preferido, era el cielo de las luciérnagas, allí su madre había logrado cobijar cientos de ellas, y fuera la hora que fuera, en ese preciso sitio siempre era el crepúsculo, el atardecer, el arrebol; era encantador llevar un farol para completar la luz que las luciérnagas regalaban y leer hasta que el día entero pasara.  En el extremo opuesto, reinaba Bunda, un elefante bebé, que según su abuela, pertenecía a la gran familia del dios patrono de las artes, de las ciencias y de la abundancia. Bunda había quedado huérfano y sus padres y su abuela lo habían alimentado y cuidado dentro de palacio, si bien ya no era un bebé, se había aquerenciado en la biblioteca y no había forma de sacarlo de allí. Y por último el manto de los sueños; pero de esto les hablaré en otra ocasión.

 A medida que leía su nuevo libro, encontraba algunas historias que hablaban de hombres y mujeres que en algún momento de sus vidas habían encontrado perlas negras e intentaron usarlas para su provecho, pero todo había resultado exactamente al revés, hasta que llegó a la historia de Khalil y sintió que el libro comenzaba a atraparla. Si bien se sabía en el rincón de las luciérnagas donde siempre era un eterno atardecer, sintió que las horas y los días comenzaron a pasar y ella no podía dejar de leer y leer y leer.

 “Khalil había nacido en Samarcanda, unas tierras al norte de la India, y durante toda su vida había buscado la gran torre de las respuestas que su abuelo le había contado una y otra vez. En aquella torre, por siglos, los hombres y mujeres habían guardado en pequeños papelitos escritos, las respuestas a todas las preguntas que cada persona se había hecho alguna vez; pero como  habían demorado más de un siglo en su construcción y sus constructores llegaron de muchas tierras, eso hizo, que a medida que levantaban piso sobre piso de la altísima torre, los escritos que se iban guardando, quedaran redactados en diferentes lenguas o idiomas.  Cuenta  la leyenda, que solo los inocentes de corazón podrían entenderlos todos, cuando la mayoría de la gente solo podía comprender muy pocos.

Khalil se había pasado toda su vida buscando la gran torre de la que hablaba su abuelo, y a medida que crecía, cada vez que alguien le ofrecía una perla negra para conseguir sus deseos, él la aceptaba.

Un día Khalil entendió que el camino era exactamente el opuesto. Fue hasta las grandes montañas que rodean el desierto, y en una cueva dejó una pequeña bolsa con todas las perlas negras que había juntado durante su vida. Al bajar de aquella cueva, ya había entrado la noche, así que decidió dormir allí y con el primer rayo de sol continuar camino a casa. Cuando despertó, se sintió confundido, el paisaje ya no era el mismo, caminó unos metros y surgió ante él su mayor de sus deseos: la torre del cuento de su abuelo.  Ya no era una torre, ya que se había derrumbado con el paso de los años, y solo quedaba su base y una montaña de escombros de lo que alguna vez habrían sido sus pisos. Con sus manos y un gran esfuerzo, comenzó a quitar las rocas y escombros de la superficie, pero reconoció que solo no podría hacer nada, así que volvió a Samarcanda a buscar ayuda; sus primos y algunos vecinos le ayudaron, y entre todos pudieron recuperar sesenta y nueve preguntas con sus respuestas… solo unas pocas pudieron ser entendidas.

Desde aquel momento comenzó el viaje de Khalil a diferentes tierras, para conseguir descifrar cada lengua, y lo que decían los mensajes”.

 Cuando Illa levantó la vista del libro, Bunda, el elefante, la observaba, con su pequeña cabeza apoyada sobre sus patas delanteras; lo vio algo más grande de lo que creía y eso le llamó la atención. Se preguntó a sí misma, cuánto tiempo habría estado en la biblioteca y cuando salió, buscó a sus padres, pero verlos, fue más sorpresivo aún… habían envejecido.

 ¿Qué estaba ocurriendo?

 Su madre la abrazó con fuerza y vio que los ojos de su padre estaban llenos de lágrimas. No entendía lo que ocurría. Ambos se tomaron el tiempo de explicarle que hacía exactamente veinticuatro años, ella había entrado a la biblioteca y nunca la habían vuelto a ver; la habían buscado en todos los rincones, por todo el palacio, día con día iban a su piedra, pero nada. Recién en ese momento Illa miró sus manos y no eran las mismas, buscó un espejo y por fin vio lo inevitable, ya no era una niña, era una mujer, que había permanecido dentro del libro de la Maga por veinticuatro años.

 Esa noche temió irse a dormir, pero estaba tan cansada, que al apoyar su cabeza en el borde de su almohada, se durmió. Al despertar a la mañana siguiente, deseó que todo hubiera sido un sueño, más, aún, era una mujer. Imaginó que volver a la biblioteca sería peligroso, pero mientras se peinaba,  mirándose al espejo, apareció la imagen de la Maga Warayana, hablándole con su voz suave, como ella la recordaba. Fue clara y determinante, este por fin era su tiempo, debía volver a la biblioteca y buscar entre los libros de su madre las preguntas y las respuestas que aún no habían sido descifradas. Todas estaban allí.

 Esa era su labor, ella era capaz de buscar a los traductores y cuentacuentos de los lugares más remotos de la Tierra, para que finalmente llegara el tiempo de poder caminar dentro de los cuentos.

 Hoy Illa anda por los pueblos, atraviesa mares, ríos, cruza montañas y desiertos, sin miedo a dormirse dentro de los libros, solo estando atenta a los magos de la palabra, que siempre están dispuestos a abrir puertas, a iluminar rincones y a sonreír con alegría, después de contarnos un cuento.

Hoy Illa visita escuelas, almacenes, fábricas y bibliotecas, llevando las preguntas que aún no tienen respuesta, pues ha descubierto que hay más magos y cuentacuentos que los imaginados y todos saben un idioma diferente; algunos no hablan, otros no ven, y hay quienes no escuchan, sin embargo cada nueva respuesta encontrada, vuelve este mundo un poco más hermoso, y no puedo evitar preguntarles…

 ¿Alguien se anima a contar con palabras nuevas?
















(*) Cada LIBROSCOPIO es único, este catálogo es un muestrario; en el momento de elaborar el que solicites responderá al trabajo de la artista. Se respetan los textos, pero los colores podrán variar.



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