EL PEQUEÑO SECRETO

Ya estamos aquí, en el 2024 tan esperado!!
Amanece un nuevo día, de un nuevo tiempo... será posible mirar con otra mirada??
Claro que si, en definitiva es un juego; cuando nos lo tomamos en serio, la vida se entorpece, se vuelve rígida y poco habitable, por eso les quiero contar una historia, de un 2 de enero, como hoy...

A las tres de la tarde, en la casa de la abuela, no volaba una mosca.  Aun cuando nos enviaran a dormir la siesta, como todos lo hacían, nosotras susurrábamos las decenas de travesuras que nos llevarían a una penitencia segura.

Aquello ocurría en la penumbra de la habitación de Leila y sus hermanas, cuando el cuarto se convertía en la cueva ideal para encontrar las respuestas que los grandes no querían darnos y nosotras, sabíamos que existían.

Todo empezó un 2 de enero de 1963.

Por la mañana había llegado el cartero con toda la correspondencia y como la abuela había salido hasta el almacén, Leila recibió las cartas. Hasta el día de hoy, ni ella ni yo sabemos por qué de todas ellas, eligió aquel sobre de papel delgado, casi transparente, escrito en tinta azul con caligrafía esmerada. Sin pensarlo, lo guardó en el bolsillo de su falda y al regresar la abuela, le entregó todas, menos esa.  Por la tarde, la carta en cuestión, fue nuestro juego.

Abrimos el sobre sin reparar en su remitente, ni en la posibilidad de resguardarlo, para luego volver la carta al mismo; sin conversarlo, habíamos decidido que nadie se enteraría de su existencia. Sería nuestro secreto.

Un 2 de enero, pero veinte años después, despedimos definitivamente a la abuela de Leila. Su madre y sus tías, se tomaron unos días para limpiar su cuarto, y nos pidieron a nosotras que las ayudáramos a juntar lo que se donaría a la iglesia, y qué objetos o recuerdos, conservarían para ellas.

Debajo de la cama apareció una caja de madera, íntegramente pintada con unas mariposas celestes y azules. Leila la abrió y comentó que estaba llena de cartas que alguien le había escrito a la abuela; unas atadas con un lazo celeste como las mariposas, otras con un lazo dorado, unas pocas con uno rosa, y otro montón con una cinta verde musgo.  La madre de Leila dijo que dejáramos la caja, que ella se ocuparía, y ambas nos miramos sin decir una palabra, mientras que nuestras miradas y corazones recordaron, “la carta”.

Hoy es 2 de enero, otra vez… Leila me invitó a tomar un té en la vieja casa, que ahora habita ella y su marido. Al entrar noté que no era la Leila que había conocido. Me hizo pasar al pequeño saloncito, que había sido la habitación de la abuela y ahora era una especie de recibidor con unos sillones raídos y sobre una pequeña mesa, dos tazas de té, una tetera, el viejo sobre, y todos los lazos que ataban las cartas de la caja de las mariposas.

Entre tés calientes, tibios y fríos, descubrimos juntas el significado de cada lazo, solo faltaba ahora saber, dónde debía haber estado la carta que había sido nuestro juego. La tarde se convirtió en madrugada, y nuestro secreto se nos reveló entre las penumbras y susurros de aquel cuarto de la niñez.

Nuestra carta pertenecía al atado del lazo verde, lo supimos pues el remitente decía: ciudad de Mar del Plata, como todas las otras de aquel montón. Lenka era la escribiente, había nacido en el Gulag de Akmolinsk, en Kazajistán, como la abuela,  y por algún maravilloso milagro había sobrevivido y logrado escapar, llegando en su adolescencia a nuestro país. Todas las otras cartas tenían el mismo origen, eran mujeres rescatadas de sus propias memorias por la abuela de Leila, para intentar seguir vivas de este lado de la vida. En cada uno de esos papeles amarillentos, había historias de amor, de todos los amores posibles.

Leila y yo decidimos esa tarde, que Lenka era nuestra, liberamos las mariposas azules de la caja y nos propusimos tejer cuentos y poesía con cada una de las historias, para que otras mujeres, y también hombres, entiendan lo que ocurre cuando un ramillete de palabras se convierten en la única forma de seguir vivos, aunque el corazón parezca haberse detenido al dejar de escuchar la dulce lengua de Kazajistán.

mariafernandagutierrez




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