¿POR QUÉ ES FUNDAMENTAL CONTARNOS?

 ..."Cada lengua es una manera de ver el mundo"... LERA BORODITSKY (*)

Existen 7000 lenguas, existen 7000 formas de ver el mundo y casi ocho mil millones de personas, lo cual sería casi lo mismo que decir... ocho mil millones de historias.


ISMAEL, EL PASTOR

 …”Ismael, era pastor, cuidaba las ovejas de su padre, que a su vez había heredado de su abuelo. Los tres vivían en una pequeña cabaña en el Monte Barkan, en el norte del actual territorio de Israel. En una de sus caminatas junto a su rebaño, una mañana encontró en lo alto de la montaña, un cristal que brillaba con una intensidad única. Dudó en tomarlo de aquella tierra, pero igual lo hizo; jugó con la luz del sol, mirándolo a su través y vio cientos de formas maravillosas dentro de él.

Sintió que había encontrado un tesoro.

Al volver a su casa, lo envolvió en un viejo pañuelo que le había quedado como único recuerdo de su madre y lo guardó bajo su cama.  Preparó un guisado con el último trozo de carne que les quedaba, le dio de comer a su abuelo, quién había dejado de hablar hacía algunos años y esperó a su padre, para contarle sobre el tesoro que había encontrado.

Esa noche su padre llegó entrada la madrugada e Ismael ya dormía, por eso al levantarse a la mañana siguiente, le dio la noticia que hacía varios días tenía guardada para él. Vendrían tiempos más difíciles que los ya vividos, por lo que había resuelto enviarlo junto a su mejor amigo a una tierra muy lejana, donde no existían los enfrentamientos ni el hambre.

Ismael tenía dieciséis años y un pequeño cristal bajo su cama, nada más. Nunca volvió a ver a su padre ni a su abuelo, nunca volvió a Barkan, se hizo adulto en el pueblo Basavilbaso, en el extremo sur del continente americano, en tierras argentinas; del otro lado del mundo.  Allí conoció a Amalia con quién formó una familia, y de sus cuatro hijos, fue Gabriel, el más pequeño, quién heredó su cristal.

Tal vez como su nombre lo indica, es el mensajero de lo que muchos hombres antes que él no pudieron contar. Él es mi padre, es el mejor periodista que conozco, y en mi mesa de luz, junto a la muñeca que me regaló mi madre al nacer, se apoya el cristal que Ismael una vez levantó como tesoro, mientras cuidaba sus mansas ovejas, que se sabían seguras por su sola presencia”...


Dice Eduardo Galeano en una de sus maravillosas historias, que el mundo fue creado por los albañiles, y esto ha de tener un "mucho" de realidad, ya que las personas vivimos amurallándonos a veces, construyendo puentes, otras... o tumbando paredes para dejar entrar el sol; en definitiva, construyéndonos.  Ismael cruzó medio planeta con solo un cristal en su mano, para que muchos años después, su nieta volviera a cruzarlo escribiendo la historia de una familia a la que no imaginaba pertenecer.

Animarnos a contar nuestra historia y rellenar los huecos de esa construcción, reparando paredes, creando nuevos ambientes, recordando dónde guardábamos el azúcar, el pan, o quién era la mejor cocinera o cocinero de la casa, es lo que nos define como personas, y también lo que  hace que la vida tenga sentido de ser vivida y contada.

Por eso, cuando Ana, la nieta de Ismael supo que él tenía una prima  que deseaba contar su historia, fue en su búsqueda, para poner en su lugar la última pieza del rompecabezas que necesitaba completar la más perfecta imagen de lo ocurrido, para que todo tuviera sentido.


LUCIA

Se mudaron el 10 de marzo de 1931.

Rosalía nació cinco años después, y luego llegaron los gemelos, Roberto, y muy finalmente, Lucía, cuando ya nadie esperaba nada. 

Nada de nada.

A medida que pasaban los años, los grandes empezaron a irse, pero parecía que Lucía había nacido para quedarse allí, con sus padres, con la casa. Ella era diferente; rara, decían los vecinos.

Cuando avanzaba el otoño, la casa tenía días de limón y otros de azahares y naranjas; hasta el rincón más extraviado de aquellas paredes olía deliciosamente a ternura de tarde de domingo con café y pastel de naranjas.

Si no hubiera sido por Lucía, tal vez sus padres se hubieran ido antes, pero un día, también se fueron.

Poco a poco la casa dejó de oler a ternura de domingo, los postigos siempre cerrados y el umbral de mármol se fue oscureciendo, llenando de hojas secas, que a veces permanecían por semanas en el mismo sitio.

Un día Lucía se fue al mercado, y un hilito de la casa se le enredó en su dedo meñique. Dicen los que por allí pasaron, que la casa se fue destejiendo tras ella, como siguiéndola, como amándola.

Hoy, allí, existe un gran terreno baldío, y  hay quién jura que en ese sitio nunca hubo nada, mientras otros aseguran seguir oliendo a naranja, azahares y limones; claro que son aquellos que casualmente “tejen”.

Yo he elegido la versión que habla de una Lucía que anda destejiendo casas, para volver a tejerlas, donde encuentre un buen horizonte, con suelos pródigos para tejer raíces, sueños, pasteles y colores nuevos.

Lucía y su casa estaban a pocos kilómetros de la frontera Siria-Turquía; vivía en la ciudad de Alepo. El 14 de marzo de 2011 salió al mercado y nunca pudo regresar a su casa, llevaba una pequeña bolsa para poner las verduras que necesitaba y unas pocas monedas, pues no haría una compra muy grande. Tenía un vestido café, su cabeza cubierta y una pequeña tristeza.

Al dar vuelta en la esquina, un estruendo golpeó su cuerpo y su alma… ella cree que su alma quedó allí, nunca se fue de Siria; su cuerpo pudo levantarse, no podía escuchar nada, estaba aturdida pero intentó caminar algunas cuadras, pensó volver a su casa sin embargo una fuerza inexplicable la hizo alejarse de su barrio, de su ciudad, y caminó hasta reconocer que el paisaje había cambiado y había llegado la noche.

Lucía hoy vive en Antioquía, Turquía, su único anhelo es volver a Siria, poder destejer su casa que se le ha quedado ovillada en su mano derecha, volver a plantar el naranjo de su patio y recuperar su alma que quedó tirada en la esquina de su casa.





Contar nuestra historia, puede ser la pieza perdida del cuento de otro...un otro que puede estar más cerca nuestro de lo que nos imaginamos. Un otro que tal vez nunca miremos a los ojos, pero sin embargo, sabrá que su existencia y la nuestra, penden de un hilo tan fuerte como un cuento.




(*) Psicóloga y lingüista de Bielorrusia.

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