¿POR QUÉ ES FUNDAMENTAL CONTARNOS?
..."Cada lengua es una manera de ver el mundo"... LERA BORODITSKY (*)
Existen 7000 lenguas, existen 7000 formas de ver el mundo y casi ocho mil millones de personas, lo cual sería casi lo mismo que decir... ocho mil millones de historias.
ISMAEL, EL PASTOR
Sintió que había encontrado un tesoro.
Al volver a su casa, lo envolvió en un viejo pañuelo que le había
quedado como único recuerdo de su madre y lo guardó bajo su cama. Preparó un guisado con el último trozo de
carne que les quedaba, le dio de comer a su abuelo, quién había dejado de
hablar hacía algunos años y esperó a su padre, para contarle sobre el tesoro
que había encontrado.
Esa noche su padre llegó entrada la madrugada e Ismael ya dormía, por
eso al levantarse a la mañana siguiente, le dio la noticia que hacía varios
días tenía guardada para él. Vendrían tiempos más difíciles que los ya vividos,
por lo que había resuelto enviarlo junto a su mejor amigo a una tierra muy
lejana, donde no existían los enfrentamientos ni el hambre.
Ismael tenía dieciséis años y un pequeño cristal bajo su cama, nada
más. Nunca volvió a ver a su padre ni a su abuelo, nunca volvió a Barkan, se
hizo adulto en el pueblo Basavilbaso, en el extremo sur del continente
americano, en tierras argentinas; del otro lado del mundo. Allí conoció a Amalia con quién formó una
familia, y de sus cuatro hijos, fue Gabriel, el más pequeño, quién heredó su
cristal.
Tal vez como su nombre lo indica, es el mensajero de lo que muchos
hombres antes que él no pudieron contar. Él es mi padre, es el mejor periodista
que conozco, y en mi mesa de luz, junto a la muñeca que me regaló mi madre al
nacer, se apoya el cristal que Ismael una vez levantó como tesoro, mientras
cuidaba sus mansas ovejas, que se sabían seguras por su sola presencia”...
Dice Eduardo Galeano en una de sus maravillosas historias, que el mundo fue creado por los albañiles, y esto ha de tener un "mucho" de realidad, ya que las personas vivimos amurallándonos a veces, construyendo puentes, otras... o tumbando paredes para dejar entrar el sol; en definitiva, construyéndonos. Ismael cruzó medio planeta con solo un cristal en su mano, para que muchos años después, su nieta volviera a cruzarlo escribiendo la historia de una familia a la que no imaginaba pertenecer.
Animarnos a contar nuestra historia y rellenar los huecos de esa construcción, reparando paredes, creando nuevos ambientes, recordando dónde guardábamos el azúcar, el pan, o quién era la mejor cocinera o cocinero de la casa, es lo que nos define como personas, y también lo que hace que la vida tenga sentido de ser vivida y contada.
Por eso, cuando Ana, la nieta de Ismael supo que él tenía una prima que deseaba contar su historia, fue en su búsqueda, para poner en su lugar la última pieza del rompecabezas que necesitaba completar la más perfecta imagen de lo ocurrido, para que todo tuviera sentido.
LUCIA
Se mudaron el 10 de marzo de 1931.
Rosalía nació cinco años después, y luego llegaron los gemelos,
Roberto, y muy finalmente, Lucía, cuando ya nadie esperaba nada.
Nada de nada.
A medida que pasaban los años, los grandes empezaron a irse, pero
parecía que Lucía había nacido para quedarse allí, con sus padres, con la casa.
Ella era diferente; rara, decían los vecinos.
Cuando avanzaba el otoño, la casa tenía días de limón y otros de
azahares y naranjas; hasta el rincón más extraviado de aquellas paredes olía
deliciosamente a ternura de tarde de domingo con café y pastel de naranjas.
Si no hubiera sido por Lucía, tal vez sus padres se hubieran ido
antes, pero un día, también se fueron.
Poco a poco la casa dejó de oler a ternura de domingo, los postigos
siempre cerrados y el umbral de mármol se fue oscureciendo, llenando de hojas
secas, que a veces permanecían por semanas en el mismo sitio.
Un día Lucía se fue al mercado, y un hilito de la casa se le enredó en
su dedo meñique. Dicen los que por allí pasaron, que la casa se fue destejiendo
tras ella, como siguiéndola, como amándola.
Hoy, allí, existe un gran terreno baldío, y hay quién jura que en ese sitio nunca hubo
nada, mientras otros aseguran seguir oliendo a naranja, azahares y limones;
claro que son aquellos que casualmente “tejen”.
Yo he elegido la versión que habla de una Lucía que anda destejiendo
casas, para volver a tejerlas, donde encuentre un buen horizonte, con suelos
pródigos para tejer raíces, sueños, pasteles y colores nuevos.
Lucía y su casa estaban a pocos kilómetros de la frontera
Siria-Turquía; vivía en la ciudad de Alepo. El 14 de marzo de 2011 salió al
mercado y nunca pudo regresar a su casa, llevaba una pequeña bolsa para poner
las verduras que necesitaba y unas pocas monedas, pues no haría una compra muy
grande. Tenía un vestido café, su cabeza cubierta y una pequeña tristeza.
Al dar vuelta en la esquina, un estruendo golpeó su cuerpo y su alma…
ella cree que su alma quedó allí, nunca se fue de Siria; su cuerpo pudo
levantarse, no podía escuchar nada, estaba aturdida pero intentó caminar algunas
cuadras, pensó volver a su casa sin embargo una fuerza inexplicable la hizo
alejarse de su barrio, de su ciudad, y caminó hasta reconocer que el paisaje
había cambiado y había llegado la noche.
Lucía hoy vive en Antioquía, Turquía, su único anhelo es volver a
Siria, poder destejer su casa que se le ha quedado ovillada en su mano derecha,
volver a plantar el naranjo de su patio y recuperar su alma que quedó tirada en
la esquina de su casa.
(*) Psicóloga y lingüista de Bielorrusia.

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