HILANDERAS DE HISTORIAS


Es inevitable hacer un paréntesis en el medio de un gran movimiento. 
Mientras tejo y escribo y comparto, me detengo en este atardecer caliente de verano y miro hacia atrás. Y veo amor cuidado al rescoldo de un fueguito alimentado de hilos, telas, lanas agujas y manos… muchas manos creando y soñando que sus mundos serán mejores de lo que dejaron atrás. Mi abuela Mary, mi tía Ida, mi tía Marti, mi amiga Moni, todas me enseñaron sobre la paciencia, la imaginación y el cariño que se gestan en un taller de costura.
Jamás pensé en dedicarme a eso, pero la “semillita” estaba ahí, y como hubo el suficiente cobijo del recuerdo, hoy brotó, creció y se convirtió en mis LIBROSCOPIOS.



Hace casi diez años, propuse a quién tuviera ganas de sumarse, iniciar un tejido que diera la vuelta al mundo, sumando las historias de las personas que hubieran tejido. Si bien no ocurrió exactamente como imaginaba, pasaron otras muchas cosas que alimentaron mi alma e hicieron que aquel proyecto tomara otras alas.
En aquellos días nació el primer LIBROSCOPIO, con la sola intencionalidad de llegar a las manos y los corazones de los más pequeñitos, y desde el recuerdo evocado de mis tardes aprendiendo a tejer con mi abuela a los nueve años.

Aquel proyecto se llamaba HILANDERAS DE HISTORIAS, y se iniciaba con un “CONTRATO DE AMOR” entre las mujeres y los hombres que quisieran sumarse a la tarea. La intención era tejer unas vueltas de tejido y compartir alguna anécdota o relato que hablara de las manos o el corazón de quién estaba tejiendo. El tejido no podía permanecer más de 72 horas con cada persona y luego debía ser pasado a otras manos, enviándonos por cualquier sistema electrónico o de correo postal la historia deseada.




Si bien el proyecto no llegó a generarse como imaginábamos, por supuesto ocurrieron otras maravillas, ya que dejamos que el Universo hiciera lo suyo.

Así fueron apareciendo cada vez más libros tejidos o pequeñas muñecas tejidas rituales que contaban su historia, y fui reuniéndome con mujeres de México, Colombia, Guatemala o Chile para propagar la idea y escuchar todo lo nuevo que naciera desde la generación espontánea de ideas que esto provocaba.

La semilla se plantó en escuelas, pequeños pueblos, cárceles, universidades, círculos de cuentos, patios soleados y comunidades aborígenes. Todas y todos tuvieron un libro tejido entre sus manos o tejieron uno, portaron una corona tejida o tejieron en telar sus sueños; hasta hubo un pueblo entero donde una comunidad escolar decidió tejer nidos para poblar los árboles de calles, jardines y plazas, para que luego todos los habitantes del lugar llenaran esos nidos de sus propias historias y así recordaran donde anidaba el amor.

Toda esa maravilla en movimiento me lleva a recordar que vamos por buen camino, que siempre habrá altibajos, y que si bien la intencionalidad visible es procurar que los cuentos y la imaginación aniden cada vez más profundo en los corazones, lo verdaderamente urgente es comprender que el amor rige el destino de toda existencia. Por eso me detuve todo lo necesario en observar las historias con mi alma y mis oídos, por eso creo que LAS HILANDERAS (e “hilanderos”…) estamos simplemente organizándonos para jugar muy pronto y encontrar la forma de que aquel contrato escrito hace diez años, se haga realidad.

Y como buen augurio, les regalo las palabras de una joven mujer que para mí ha resultado una maestra por infinidad de motivos, tanto en el tejido, como en el amasado. Sus palabras nos enseñan por qué el hilar y el tejer, son uno de los caminos que nos llevarán a la verdadera esencia de nuestros días… para recordar lo importante, aprendiendo a diferenciarlo de lo urgente.
Aunque por estos días, ambas palabras se andan abrazando en un “urgeimportante” de reconocernos sin miedo en miradas necesarias.

Ella se llama Carmen Pino y la conocí hace quince años cuando viví en su pequeño pueblo de cien habitantes, Villa Berna, en la provincia de Córdoba. De niña ella vivía en lo alto de las sierras y allí aprendió de sus padres a hilar con uso a los nueve años, “de tanto verlos”… dice. En su infancia, en su casa de las sierras, lo hizo siempre hasta que se casó y se fue a vivir al pueblo, dejando de hilar por un tiempo, pero como su marido también hilaba durante unos años volvió a hacerlo con él con una rueca. Los padres de su marido aún tienen ovejas y siguen hilando. El proceso de esquila de cada oveja dura más o menos una hora, pero luego comienza el trabajo más duro, lavar la lana, secarla, el tizado que es abrir la lana luego de haber sido lavada para quitarle cualquier basura que pueda quedarle, como espinas, pastos o abrojos. En su familia, su hermana aún continúa con la tradición; Carmen cree que no debería perderse el conocimiento de la tarea, del oficio, que es esencial continuarlo. Si bien ella ha hecho algunas incursiones en las escuelas de la zona para enseñar a los niños todo el proceso, cree que es tiempo de recuperar esa sabiduría, como tantas otras, de lo autogestivo que nos lleva a recordar quienes somos y de dónde venimos.

Carmen también imagina, que muy pronto haya LIBROSCOPIOS hechos con la suave lana realizada por esas manos tan necesarias y prodigiosas.



La linda Carmencita.


Y yo sueño más que eso…

mariafernandagutierrez

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